a Yara Duverger Vidal
Ella iba conduciendo un coche italiano mientras pasábamos los Pirineos. Parecía que ya lo había hecho otras veces por la estabilidad con que entraba al vértigo de esta altura sin inmutarse. Leyó en voz alta un cartel de tráfico en francés que nos advertía que el nuevo límite de velocidad era 130 Km/h , y aceleró mientras me pedía que pasara del MP3 y pusiese la radio que ya estaba minada de emisoras en francés.
Era la primera vez que pasábamos los Pirineos en coche, de Cataluña a Francia, aunque ya habíamos visto el delirio de estas montañas entrando al mar por el Cap de Creus, sugerencia de Gala y Dalí.
Pasar fronteras sin tener que pedir permisos da un estremecimiento en la sangre que estimula la adrenalina, muy cercano al placer, cuando se ha vivido más de treinta años en una dictadura. No es extraño que en anatomía el pirineo sea un tejido de músculos ubicado entre la vulva y el esfínter, zona rica en terminaciones nerviosas que alientan el deseo.
Paul Valéry ya había escrito que lo más profundo que tenemos es la piel.