Els Rossos, era un bar típico de calle o esquina, similar al de la canción de Serrat, El Meu Carrer. Los días que hay partidos del Barça en una pared colocaban una bandera gigante que cubría la mitad del local envolviendo a todos dentro en una marea azul-grana. Ya se sabe, los goles del FC Barcelona en el barrio de Gràcia, no se cantan, se sienten en vena y después del grito los petardos hacen el eco un buen rato.
Cuando llegué a esta calle, Rabassa, este bar con ese nombre y marcha futbolera, no existía. En su lugar había otro donde solo daban desayunos, además de vender complementos para prepararse una comida rápida. Lo llevaban dos ancianos que estaban a punto de retirarse y lo estaban traspasando; con el señor me traté muy poco, pero la señora al verme subir elementos para empezar a componer el piso, me ofreció las sillas del bar regaladas junto a un estante de libros que aún uso, y sobre todo, me vendió por cinco mil pesetas una nevera que me duró cuatro años. Hablaba muy poco castellano y cada vez que iba a tomarme un cortado a su bar, me hacía historias de Barcelona en la época del franquismo.
La anécdota que más recuerdo fue cuando un día su madre vino a verla del pueblo, Caldes de Montbui y cuando ambas iban por la Rambla ésta le preguntó en catalán a un guardia por una parada de bus... Él le contestó... ¡que le hablara en cristiano! y alzó la porra más como gesto amenazante que con verdaderos deseos de golpearla. La madre se vio en un gran apuro que ella se apresuró en resolver con una sonrisa y repitiendo la pregunta en castellano.
El día que me regaló las sillas me vi subiendo las escaleras recordando una canción de Silvio Rodríguez:
En el borde del camino hay una silla,
la rapiña merodea aquel lugar.
La casaca del amigo está tendida,
el amigo no se sienta a descansar.
Ahora no recuerdo el nombre de esta señora que me dio fragmentos de su vida casi al final, para que yo comenzara a tejer una vida en este barrio.
Fue mi primer bar de Barrio en el que tuve una experiencia continua. Viví treinta y cinco años en una capital como La Habana donde los bares de esquina, eran solo un recuerdo de los más viejos, reflejos de una sociedad que desapareció, con sus defectos y virtudes.
Hoy, la ley del tabaco que liberó de humo todos los espacios públicos, nos permite estar en otro bar de esquina, esta vez llamado Soco, donde además de nuestra niña, hay dos bebés más disfrutando la serenidad con que sus padres toman un aperitivo y comparten caña y vino con amigos, ambientados con música chill-out y el envolvente aroma de aceites de oliva especiados.
Foto de una esquina del barrio que cuento, Gràcia. Arkolano.