Es el primer día de esta primavera que hace 23 grados, sabes que sales del Prat de Llobregat, en Barcelona, pero al mirar las montañas del Garraf, el cielo te recuerda por el azul, el blanco óptico de las nubes, y la humedad, una isla en el Caribe donde pasaste más de treinta años.
En los últimos quince días has visto la sierra nevada de Madrid, y los Pirineos también nevados en Girona cuando estuviste en la masia de la Empordá que consideras tuya, pero hoy estás sudando igual que lo hacías hace doce años, y ese sudor mientras te empapa hace que desciendan tus recuerdos por esa pendiente que se llama nostalgia y que te enseñó a sobrellevar un libro de un checo: Milán Kundera, y esa película con el mismo nombre de un ruso que adorabas con veinte años Andrei Tarkosvky.
Tu suegra, acabada de llegar de Miami, en el retorno de noche desde la masía se preguntaba: ¿quién me iba a decir en los setenta en Guantánamo que yo cantaría Meditarráneo de Serrat entrando a Barcelona con mi nieta en el coche nacida en Barcelona? Y es cierto, que cuando pongo a Serrat en el coche, estoy más cerca de aquella isla que fue donde aprendimos a escucharlo, aunque Para la Libertad, o sea, para saber qué era la libertad, tuviéramos que exiliarnos.
Hoy Lupe, a quien va dedicado este post, ha hecho arroz blanco, frijoles colorados y papas rellenas con picadillo a la habanera, y no sé como logra un sabor idéntico al que tenías en tu paladar olfativo, a pesar usar aceite oliva virgen, arroz valenciano y frijoles del sur de África.
Con todo esto a cuestas, cómo no sentir nostalgia. Para colmo, siempre hay un colmo: Havana Club pone en su promoción de verano 2011:
NO HAY NADA COMO HAVANA
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