Un día escuché al cocinero Ferrán Adrià en la tele catalana que lo mejor que le había pasado a la gastronomía española, no era que existieran ellos, los cocineros de élite, sino que los mercados españoles se diversificaran con productos de consumo que demandaban los emigrantes para sus platos nacionales. Hoy solo habría que poner un pie en el mercado de Las Ramblas, para ver una variedad insólita de productos que no se ofertaban hace diez años: yucas, aguacates, malangas, mangos, piñas, guayaba, plátano macho, okra (quimbombó), maracuyá, lichis (mamoncillos chinos), tamarindos y un montón de frutas exóticas que ni yo conozco sus nombres… Particularmente sufría bastante -al llegar hace doce años-, cada vez que tenía gorrión por comer frituras de malanga y tener que dejarme unas tres mil pesetas por tres tristes malangas en un plástico del Corte Inglés. La masiva llegada de latinoamericanos, asiáticos, africanos, árabes, nos facilitó recuperar gran parte de nuestro paladar nostálgico del Caribe. Entre los que no habían cubierto ese vacío nostálgico estaba el maíz para confeccionar tamales. El tamal es una comida creada en Méjico y difundida en toda América. Quiere decir envuelto en lengua Nahuatl y es uno de mis platos predilectos. En Cuba