Salgo por primera vez de Barcelona a Menorca en este medio, por la misma ruta que hicieron los fenicios hace siglos en sus intercambios comerciales que nos trajo el alfabeto.
Desde ayer estoy pensando en mi padre, que ha sido marino mercante durante más de 45 años. Le dio varias veces la vuelta al mundo. Se retiró con el título de lobo de mar.
Las veces que vino a Barcelona como marinero, ya viviendo yo aquí, pude verlo, nunca me preocupé por lo que se sentía cuando te alejas en barco de la ciudad. Ahora voy sobre las olas del Mediterráneo y siento un vaivén similar a un tren.
Recuerdo la salida de París en tren en el año 2000. Ese tren me fue quitando la piel a mi llegada a Europa, un tren de Matanzas a La Habana hace mucho más tiempo, cambió parte de mi vida.
La espuma de la despedida de la ciudad forma un cuerpo de agua única, el viento, gracias al impulso y a nuestra resistencia, se hace más fuerte, a pesar del calor que hace.
Cuando abandonas grandes ciudades en tren, bus o barco la reflexión sobre tu estado de ánimo se hace diferente, la puedes escribir e ir observando como el objeto de deseo que abandonas momentáneamente, se aleja; escribes una línea, y luego miras su trayectoria,pero al momento, el mar te la va borrando.
Incluso, puedo pensar en un koan zen que acabo de leer en un libro del japonés Natsume Soseki...
"imaginar el sonido de una sola mano". Yo lo imagino, pues fue mi mano izquierda diciendo adiós a mi padre.
Diario II. Sentado en la popa del barco sin referencias visibles.
En otras circunstancias, el ruido de este motor no me gustaría pero ahora me lleva.Todo el Mediterráneo me rodea, azul profundo, nunca he sido tan Ulises como hoy, no dudo que él haya sentido cantos de sirena de profunda nostalgia. Aunque Jordi Roselló me alertó, de que se suelen ver delfines, no estaría mal ver al menos una sirena como me ha enseñado a disfrutar mi hija.
Cuando estaba adentro sentado, mientras mi hija dormía entre mis brazos, veía por la ventana del otro extremo del barco, el horizonte como una línea azul de agua, que subía más arriba de la mitad de aquella ventana, y me sentía por encima de las olas. Ya afuera, sentado en el suelo de la popa, me siento mar, mar soy, nací en marzo.
Casi ha caído la tarde y la luna menguante comienza a subir. No es la misma luna que hace unos días seguí por la Costa Brava, esta luna, se mueve como las olas y yo mismo, tiene el vaivén del vino, a veces se esconde por debajo de la segunda planta del barco, juega con lo concentrado que voy tan cercano al poeta japonés, que acabo de leer.La gente se acerca con una timidez extraña al borde del agua, como si la vida del Mar fuese ajena a su propia vida. Los miro y sé que el azul les obliga a mirarse por dentro.
En otras circunstancias, el ruido de este motor no me gustaría pero ahora me lleva.Todo el Mediterráneo me rodea, azul profundo, nunca he sido tan Ulises como hoy, no dudo que él haya sentido cantos de sirena de profunda nostalgia. Aunque Jordi Roselló me alertó, de que se suelen ver delfines, no estaría mal ver al menos una sirena como me ha enseñado a disfrutar mi hija.
Cuando estaba adentro sentado, mientras mi hija dormía entre mis brazos, veía por la ventana del otro extremo del barco, el horizonte como una línea azul de agua, que subía más arriba de la mitad de aquella ventana, y me sentía por encima de las olas. Ya afuera, sentado en el suelo de la popa, me siento mar, mar soy, nací en marzo.
Casi ha caído la tarde y la luna menguante comienza a subir. No es la misma luna que hace unos días seguí por la Costa Brava, esta luna, se mueve como las olas y yo mismo, tiene el vaivén del vino, a veces se esconde por debajo de la segunda planta del barco, juega con lo concentrado que voy tan cercano al poeta japonés, que acabo de leer.La gente se acerca con una timidez extraña al borde del agua, como si la vida del Mar fuese ajena a su propia vida. Los miro y sé que el azul les obliga a mirarse por dentro.
No hay nada que no sea el mar. Soy el mar.No hay nada alrededor que no sea el Mediterráneo, y no me es ajeno. El motor me hace saber que voy flotando, que está en mí toda la energía del agua.
Voy por encima del agua pero mi vida navega por dentro de ella.
No tengo red. Estoy solo despúes de mucho tiempo, concentrado en mí y me agrada esta desconexión momentánea, soy un nativo digital sin red. Cuando alzo la vista, veo que los otros pasajeros están menos pendientes de sus móviles, con las miradas perdidas, han dejado de ser multitareas. Creo que llegará un momento donde obligarán a la gente a desconectarse, para estar un rato con sus ideas y saber que existen, que no son una respuesta inmediata en Facebook, twitter o whasaps.Voy por encima del agua pero mi vida navega por dentro de ella.
De niño cuando despedía a mi padre en el puerto de La Habana, sentía un extraño abandono, toda despedida es un abandono. Hay una extraña crueldad de la cual el que se marcha, no es conciente. Ahora quien te despide, te hace una foto y está pendiente del facebook para ver si el hermano u otro familiar se entera de que su padre se va, se concentra parcialmente en su dolor, la otra mitad, está en otra tarea en compartir la inmediatez, no se si es bueno, es diferente.
La luna, a pesar de que tiene más intensidad de luz, tiene menos protagonismo, que a la caída de la tarde. Ya nadie mira hacia arriba para verla, ya todos tienen un horizonte fijo a la altura de los ojos, las luces de la ciudad, como aquella maravillosa película de Charles Chaplin. En Estados Unidos, en ese instante, habia muerto Neil Armstrong a los 82 años, el primer hombre que pisó la Luna, en 1969.
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