Sin tener mucha conciencia de lo que hacía, dejé el cochecito de bebé que solo habíamos usado en nuestros largos paseos por New York con nuestra niña, ella del bus cuando decía adiós a la niña de Kiini vio el coche abandonado, acto y seguido comenzó a gritar… mi coche!!!mi coche!!!, yo intenté consolarla diciéndole que estaba roto que una rueda iba mal pero ella no se consolaba y del cansancio y la ira se quedó dormida.
Sentí que era la primera vez que perdía algo y que tenía conciencia de que lo había tenido como suyo, rápidamente recordé con el calor de su cuerpo encima, las cosas múltiples que he ido dejando detrás desde que emigré.
Podría enumerar muchas que no me he podido llevar y he perdido de casa en casa o en las habitaciones donde hemos vivido, pero desde ayer, que mi sobrino puso las fotos de su reciente visita a nuestro país de origen, -más de doscientas fotos-, soy conciente que las mejores cosas que he perdido no caben precisamente en una maleta: el crecimiento de sobrinos que vi nacer y hoy casi no conozco, y el envejecimiento de tías que las recordaba con una vitalidad muy ajenas a su dependencia actual.