La tía de Alba, nacida en Granada pero ha vivido todo su vida en Barcelona, llevó a su sobrina Alba de solo quince años a La Habana. La llevó para que tuviese conciencia de otras realidades que existían en el mundo lejos de su entorno familiar de Sant Just en las afueras de Barcelona, un barrio de clase media alta donde los vecinos futbolistas del barça abundan.
Su tía había estado en La Habana unos años antes, en pleno Período Especial, término eufemístico con que el gobierno de los Castro nombró el abandono de los países del Este y de la ex Unión Soviética del sistema socialista, que hundió a aquella isla en una crisis aún mayor y que todavía perdura.
A su tía le pareció educativo que su sobrina abriera los ojos con otras realidades. Lo que no esperaba la tía era que en pleno Paseo del Prado, un habanero le diera un tirón de la cadena de oro que su sobrina llevaba en el cuello, ese acto, nadie es capaz de planificarlo, pero marcó su viaje, y su experiencia sobre una realidad diferente.
Cuando llegaron a mi casa después del suceso, los ojos de Alba, siempre verdes, estaban fuera de órbita, yo le comenté con naturalidad que la primera norma para aterrizar en la isla era dejar todos los objetos de valor, fuera de la vista de los más necesitados, que ven en esos valores su supervivencia, aunque para ella fueran superfluos, el arrebato (así era como allí se le decía al tirón que había sufrido), aunque no está justificado por ninguna carencia, era previsible. Sus ojos volvieron a salirse de sus órbitas cuando la tía tuvo que decir al custodio del Hotel Sevilla, donde se hospedaban, que mi esposa y yo veníamos con ellas para poder subir al bar del mirador y ver la ciudad, más bien la avenida del Prado, o sea, supo que los cubanos no podíamos entrar a los hoteles, un absurdo que no había escuchado en toda su vida catalana.
Once años después en su casa Alba y yo hablamos con naturalidad de aquellos sucesos al borde de una piscina privada y ella me pregunta si es posible cambiar tanto de vida como yo he hecho, sin que eso me afecte. Le comenté, lee mi blog para que veas como afecta haber reconstruido una vida, los lamentos y la nostalgia eran antes territorio y pasto para el blues y ahora también para los blogs, aunque la realidad sea más difícil que los entresijos de los recuerdos.
Alba, me dice; -lo que tú recuerdas de mi estancia, el tirón, no fue tan significativo, sino que el chico que me robó, era el primer negro que veía de cerca en mi vida y no como algunos futbolistas del Barça; éste iba sin camisa en plena calle, y la humedad hacía que su piel brillara de sudor, un paisaje poco habitual en los chicos de Barcelona. Me confesó, que se lo había quedado mirando alucinada y adolescente y lo que recibió de él, fue un impacto que marcó su cuello levemente. No ha tenido nunca una relación con un caribeño, pero no le disgustaría, terminó.
Los traumas, antes de los treinta y cinco años, marcan a favor y en contra. En ese mismo verano cuando llegó a Barcelona continuó viaje por el Mediterráneo en un ferry hasta Grecia con sus padres, pero ya no volvió a sentir la humedad sensual que generó en ella aquel Caribe socialista.
Su tía había estado en La Habana unos años antes, en pleno Período Especial, término eufemístico con que el gobierno de los Castro nombró el abandono de los países del Este y de la ex Unión Soviética del sistema socialista, que hundió a aquella isla en una crisis aún mayor y que todavía perdura.
A su tía le pareció educativo que su sobrina abriera los ojos con otras realidades. Lo que no esperaba la tía era que en pleno Paseo del Prado, un habanero le diera un tirón de la cadena de oro que su sobrina llevaba en el cuello, ese acto, nadie es capaz de planificarlo, pero marcó su viaje, y su experiencia sobre una realidad diferente.
Cuando llegaron a mi casa después del suceso, los ojos de Alba, siempre verdes, estaban fuera de órbita, yo le comenté con naturalidad que la primera norma para aterrizar en la isla era dejar todos los objetos de valor, fuera de la vista de los más necesitados, que ven en esos valores su supervivencia, aunque para ella fueran superfluos, el arrebato (así era como allí se le decía al tirón que había sufrido), aunque no está justificado por ninguna carencia, era previsible. Sus ojos volvieron a salirse de sus órbitas cuando la tía tuvo que decir al custodio del Hotel Sevilla, donde se hospedaban, que mi esposa y yo veníamos con ellas para poder subir al bar del mirador y ver la ciudad, más bien la avenida del Prado, o sea, supo que los cubanos no podíamos entrar a los hoteles, un absurdo que no había escuchado en toda su vida catalana.
Once años después en su casa Alba y yo hablamos con naturalidad de aquellos sucesos al borde de una piscina privada y ella me pregunta si es posible cambiar tanto de vida como yo he hecho, sin que eso me afecte. Le comenté, lee mi blog para que veas como afecta haber reconstruido una vida, los lamentos y la nostalgia eran antes territorio y pasto para el blues y ahora también para los blogs, aunque la realidad sea más difícil que los entresijos de los recuerdos.
Alba, me dice; -lo que tú recuerdas de mi estancia, el tirón, no fue tan significativo, sino que el chico que me robó, era el primer negro que veía de cerca en mi vida y no como algunos futbolistas del Barça; éste iba sin camisa en plena calle, y la humedad hacía que su piel brillara de sudor, un paisaje poco habitual en los chicos de Barcelona. Me confesó, que se lo había quedado mirando alucinada y adolescente y lo que recibió de él, fue un impacto que marcó su cuello levemente. No ha tenido nunca una relación con un caribeño, pero no le disgustaría, terminó.
Los traumas, antes de los treinta y cinco años, marcan a favor y en contra. En ese mismo verano cuando llegó a Barcelona continuó viaje por el Mediterráneo en un ferry hasta Grecia con sus padres, pero ya no volvió a sentir la humedad sensual que generó en ella aquel Caribe socialista.
"ESTA HISTORIA ES REAL. LOS NOMBRES ESTÁN CAMBIADOS. AMBAS SON AMIGAS CERCANAS."