martes, 17 de abril de 2018

Selfie con Carles Mundó en Passeig de Gracia. Conseller de Puigdemont hasta un día después de Declarada la República. 27.10.2018. Bautizó mi libro.

Charla leve con Carles Mundó en Passeig de Grácia. Sobre mi libro  "Del Procés a la República." El libro corre y corre. Carles Mundó es protagoniata indiscutible del Procés. Hasta el 28 de Octubre fue Conseller del Govern, fue uno de los encarcelados del Govern. 
Ha sido  el bautizo de  mi libro. Hablar con parte  del ADN del Procés. Mundó de sonar a presidenciable si Esquerra Republicana ganaba las elecciones del 21-D en caso de que Junqueras no pudiera salir de Estremera; a pasado a abandonar la vida política por cuestiones personales. 
Me aclaró, que Esquerra a pesar de pactos foráneos siempre a defendido en solitario la República. Cuando nos separamos, me acordé de Pilar Cros y una frase que me dijo hace unos días, sobre  lo injusto que algunos estábamos siendo con Esquerra....
Carles ha hojeado ni libro. Ha visto las fechas, me ha dicho, has escogido el centro neurálgico del Procés del 11 de septiembre al 21-D. He considerado un bautizo por uno que ya está en la historia de este país.

Nota mi libro:
"Procés a la República;" se puede adquirir desde el 23 de marzo, 2018.  Si vives en Europa saldrá por Amazon.es. Edición en castellano.  Para el resto, América: Amazon.com con precio en dóllares, 

Para chuparte los dedos... La Sabrosita, restauran de Masnou.

La Sabrosita no es sabor. Es el tacto y el origen del sabor de una isla con varios ingredientes. No es la comida cubana. Es la nostalgia de lo que recuerdas de esa comida. Es la piel del pollo al Algibe que se queda en la superficie de tu lengua parace la carne mechada, que haces deaaparecer del plato, al decir de venezolanos, aquí es ropa vieja. Que el plato Paisa colombiamo, aquí es, arroz blanco con frijoles negros, cerdo asado y plátanos fritos.  
Sales de La Sabrosita en Masnou pensando en como la familia Güell, si leíste bien, la dueña lleva apellido Güell y nació en Cuba como la mujer de Eusebi Guell ese que creó esa dinastía ADN del modernismo y de Gaudí- pudieron meter el Sabor de una isla en un espacio tan pequeño.

Indignación en redes por representantes oficiales del Estado cubano en la 8va Cumbre en Perú ¿no entiendo la sorpresa tras 60 años de dictadura, qué esperas?

Estar fuera de Cuba y no volver duele. Después de 17 años, pero creo que tengo una perspectiva diferente. Pues mi hija me obliga a tener otra raíz, otra identidad ganada viviendo, otra lengua y una vida distinta en Barcelona y Europa, lejos de ese festín antidemocrático llamado Cuba, donde nací.

Me asombra, lo pendiende que están los cubanos que viven en el exterior de los representantes que envió Cuba a la VIII Cumbre de las Américas en Perú. Envió a quienes ellos creen que los representan ( yo también)
Envió a una mayoría de un país que no dice nada cuando pegan y arrastran por el suelo de Miramar a los opositores cubanos se llamen Damas de Blanco, Ailer, Danilo Maldonado u otros.
Hace tiemplo, que no solo me fui de Cuba físicamente. También en la emoción. E intuyo que muchos cubanos que no están allí tienen un apego emocional que no les deja ver que mientras el estado cubano sea mayoría preferente en ese país, lo natural es que envíen estiercol, escombrerías y otras furias a esas cumbres latinoamericanas que nadie sabe para que sirven.
A mi me ha servido solo para enamorarme de la hija de Oswaldo Payá y su discurso. Ella no lo sabe, no se lo digaís es cosa de poetas. Yo sé que es minoría absoluta allí entre mucha plebe anómala castrista o silenciosa que no protesta, ella es la isla no oficial, o la oficial para algunos. Da igual, ella y Danilo Maldonado para mi eran Cuba allí. Aunque fueran dos. 
Para mi Cuba a veces es un poema de Lezama, un verso de Martí, una canción de Quesada, esa que canta mi amiga Xiomara. Cuba es un país peti desde la nostalgia y el color de mi piel y este acento que algunos notan y otros dicen que he perdido, yo contesto que no soy solo color y acento, sino libros y música. Para emocionarte con la raíz original no necesitas a tanta gente en tu causa, solo que exista un alma, una voz que escojas para reencontrarte.
Yo hace tiempo elegí un hijo divergente opositor llamado Danilo Maldonado. Ahora tengo un amor político virtual llamado Rosa María Payá. Me encantaría que penseis en ella como en Cuba y no en esa otra isla de Cuba que sale del Almendares y viajó con pasaporte oficial a Perú.
Asumo esta máxima:
 “soy criatura con suficientes anticuerpos comunistas como para estar efectivamente vacunado de por vida contra el sarampión revolucionario." Guillermo Cabrera Infante.


Canción de cuna para mi hija catalana. Hernan Casiari. Sencillamente brillante.

Intro leve

Como Casciari, tengo una hija catalana, aunque de 9 años.  Pero cuando tenga quince podría firmar un texto parecido. Ya he escrito varios donde he rastreado mi identidad con la huella catalana en Cuba. Hernan Casciari lo hace con la Argentina a través de su hija Nina, de forma brillante 

Yo blogger.


Nina y Hernan

En diciembre se cumplen quince años desde que vivo en un país que no es el mío. Caí en Barcelona por casualidad, porque conocí a una catalana y me quedé a vivir con ella. Pero podría haber conocido a una madrileña o a una andaluza, y entonces no escribiría esto. Porque ahora, quince años después, empiezo a entender a los catalanes y a sus asuntos. No quiero decir que me convencieron (un argentino que cambia de opinión es un uruguayo), pero sí puedo confesar que cuando llegué, en el año 2000, sus afanes de independencia me daban risa.


Así como ahora el Barça es la excusa global para que los extranjeros vislumbren el conflicto catalán, en los tiempos analógicos los argentinos teníamos únicamente a Serrat como ancla de conocimiento geopolítico. Pero como somos narcisos, preferíamos que Serrat nos hablara sobre nuestros traumas, y no sobre el suyo. La primera vez que escuché el idioma catalán fue cuando di vuelta un casete y empezó a sonar una canción que se llama Pare, que quiere decir Padre. Yo tenía doce años y apreté el botón de stop. Pensé que la cinta patinaba y que la voz de Serrat había empezado a sonar en reversa, como en esos discos de Kiss que, cuando se escuchan marchatrás, nombran a Lucifer.


Es raro lo que nos pasa a los argentinos con lo catalán: convivimos con su cultura (porque en el siglo XX llegaron un montón) pero no tenemos clara su huella. Cuando decimos patedefuá sabemos que viene del francés, cuando decimos laburo entendemos que atrás hubo italianos, pero cuando decimos capicúa no sabemos que eso significa cabeza-y-cola. Ni que el nombre Maricel fue siempre mar-y-cielo. Ni que el modo argentino de decir piyama, cambiando la jota por el yeísmo, también es un legado de ellos.


Es por esto que lo primero que pensé, cuando llegué a Barcelona, es que los catalanes eran esnobs. Que se querían diferenciar, que se sospechaban privilegiados respecto del resto, que lo que tenían no era tirria sobre lo madrileño, sino una obsesión oculta. Tenía la intuición de que su amor por la lengua era sobreprotección. Que cuidaban a su idioma como los padres cuidan a un chico débil que no se puede defender; que no lo dejaban vivir en paz, que no le abrían el portón para que jugara con otras lenguas en la plaza. Que encerraban a su idioma en casa y entornaban las ventanas. Que le tomaban la temperatura cada hora y media, creyendo que se iba a morir si no lo abrazaban fuerte. Creí, en esos años, que un día se iban a dar cuenta, tarde y sin remedio, que de tanto cuidar la lengua se la habían mordido.


Le contaba a mi mujer que, cuando somos criaturas, a los chicos argentinos nos meten en un sistema escolar en el que nos enseñan a decir «yo, tú, él, nosotros, vosotros, ellos» durante doce años, y que después salimos a la calle y no decimos ni «tú» ni «vosotros» nunca más. Le decía que no se preocupara tanto, que se relajara. «¡Pero qué dices! ¡Lo vuestro es una jerga, no puedes comparar!», me contestaba ella. En esas discusiones descubrí que no hay ofensa mejor para enojar a un nativo que llamar dialecto a su idioma, folclore a su hábito y dulce de leche tonto a su crema catalana. Y a mí me encanta meter cizaña y levantar el dedito, incluso sin comprender el problema (un argentino que cierra la boca cuando no entiende es un uruguayo).


Y fue entonces que España entera, con Cataluña incluida, me empezó a dar risa y muchas ganas hacerle burla. Hacer burla, en Argentina, se dice sacar la lengua. ¿Cómo era posible que una extensión geográfica del tamaño de Buenos Aires se tomara en serio la esquizofrenia de tantos idiomas y culturas? Era como si de repente los nacidos en Mar del Plata quisieran hablar en marplatense, como si los nacidos en Chascomús dejaran de creer en Papá Noel y empezaran a cagar a palos a un tronco en Navidad, como si los de Bahía Blanca pretendieran participar del próximo mundial de fútbol con bandera propia. No tenía sentido.


En medio de todas las risas que me provocaba el conflicto catalán, nació mi hija Nina y empecé a hacer lo posible para que no fuera ni catalana ni española, sino argentina. Tenía en contra el contexto (sus dos abuelos, su madre, el sistema educativo, la programación de TV3), pero me creí fuerte. Puse todos los relojes de mi casa con un retraso de cinco horas, conecté parabólicas para que viera Canal 13 y Telefé por la mañana, le inoculé Charly García y dulce de leche por la tarde, le enseñé que los lunes se podía faltar a la escuela si el domingo jugaba Racing de madrugada. Y ella entendió todo. Mi hija sabe decir «yo, vos, él, nosotros, ustedes, eyos», sabe decir yuvia, sabe conversar en abstracto y la enloquecen los alfajores triples y la pascualina. Pero cuando llegan los 11 de septiembre se manifiesta en la calle y sabe por qué se manifiesta, y en verano conversa en voz baja con su madre sobre lo que le pasaba a su abuela en los tiempos de Franco. Y sobre todo esto: cuando habla dormida usa su lengua materna.


De repente pasó algo: me dejé de reír. Ya no me burlé. Me empezó a provocar orgullo que mi hija tenga una patria que defender. Porque yo también tengo una, sin importar donde viva. Lo repito ahora y me parece un siglo: en diciembre cumplo quince años en un país que no es el mío. Y no hay un momento del día en que no piense, al menos una vez, qué hora es ahí.


Cuando me fui de casa pensé que esta otra casa se llamaba España, pero ahora sé que tiene otro nombre. No lo supe cuando me lo explicaron. No lo supe cuando me quisieron mostrar mapas. Lo supe cuando empecé a sentir amor por la palabra que la nombra.


Ahora me descubro fantaseando con que mi hija, que nació en la Clínica del Pilar -donde nace media Barcelona-, tenga un día el nombre completo de esa patria en el documento de identidad, como yo tengo el nombre completo de la mía. Y aunque nací por casualidad a 340 kilómetros de Uruguay (y me encantaría ser uruguayo, porque son como nosotros pero sin los erroressoy irremediablemente argentino: mis defectos son los míos y quiero vivir con ellos. Fue mi error creer que la canción Pare, de Serrat, era un casete trabado en el walkman, una cinta del reverso. Y me encanta ese error. Nunca hubiera sospechado, esa tarde de mis doce años, que un día iba a tener una hija de la misma edad y que ella, al nombrarme frente a sus amigas, me llamaría el meu pare.


-El meu pare...


Cuando Nina me dice así (todavía no lo sabe, pero ya lo sabrá) yo me convierto en una canción de cuna que ella me canta al revés, y que me deja dormir tranquilo.


2015.


Nota 

Hernan Casciari. 16 de marzo. 1971.

Se le conoce por su trabajo por la unión entre literatura y weblog, destacado en la blogonovela. Recibió el 1.er Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1995), con la obra 'Subir de espaldas la vida', y el premio Juan Rulfo (París, 1998), con 'Nosotros lavamos nuestra ropa sucia'. Desde el año 2000 estuvo radicado en Barcelona, hasta que a fines de 2015 volvió a vivir a Buenos Aires.