Ayer en la despedida de Matosinhos, un pueblo de pescadores de Porto, fue con sardinas asadas que ellos presumen de ser las mejores del mundo. Yo solo conozco parte del mundo occidental pero son las mejores del mundo que conozco seguramente. Según las estadístics los postugueses comen 13 sardinas cada segundo y 34 millones en los meses de junio hasta el fin del verano.
El símbolo de Matosinhos es esta red de 60 metros para cazar sardinas
Cuando te traen una docena de sardinas asadas y adviertes que solo de tocarles la piel le salta asada como sino le perteneciese, y la textura de la masa se desvanece antes de tocar la espina, con ese olor de virgen asada que vuelve locas a cientos de gaviotas colindantes que parecen ratas con alas esperando un descuido para alimentarse fácil, el sonido que emiten es una banda sonora fuera de lugar.
La playa con ese Atlántico delante cabreado permanentemente, las gavionas en su enfado de hambre perpetua por las golosas sardinas y ese olor que es toda la cidad pegada al mar, hacen de este pueblo algo singular metido en la red de la memoria.
Nunca he tenido tantas ganas de ese MG descapotable que tuvo Guillermo Cabrera Infante y pasear por aquí para que esa droga de sardina asada fuese el viaje iniciático de un aprendiz de brujo.