martes, 18 de octubre de 2011

El último café


Este título que acabas de leer, es de un bolero que nadie ha cantado mejor que Vicentico Valdés. Lo evoco porque me tomé un café frente a la universidad Pompeu Fabra con Yara, el  lunes 4 de julio, y hasta octubre, o sea, hoy, que cambio de horario no tendríamos la reflexión breve que hacemos después de dejar a la niña en la guardería.
Estos cafés sirven para corregir actitudes (de fondo y de forma), sobre todo mías, ante la niña, y concebir una educación sentimental pausada, sin olvidar hacer mención al resumen de caricias de la noche anterior o a la evolución de la convivencia en todas las direcciones.
Este primer café tiene el sabor del reconocimiento del sueño. Sabes que has dormido con esa persona, pero en el sueño no hablas, a pesar de sentir su piel desnuda tan cerca, incluso cuando haces el amor, solo hablas lo necesario o gimes para matizar las caricias húmedas. La reflexión solo se perfila en horas como éstas, cuando la cabeza está muy fresca, cuando las iras por las actitudes están más aplacadas.
Es una putada esto de ir trabajar. Ya sé que todos los saben, y otros dirán, sé feliz porque aún puedes hacerlo, pero son los momentos en que más pienso en la lotería del Euromillón que nunca compro.
Salgo de la Ronda del Litoral para incorporarme a la C-31 que me lleva al Prat de Llobregat, en el coche llevo la versión latin jazz de Lágrimas Negras  que tocan Bebo Valdés, Patato y Cachao, éste último  tocando el bajo con arco. Imagino su complicidad  creativa similar a nuestros cafés, pero ambos con más de ochenta tocando esta joya del cubano Miguel Matamoros.


“Sufro la inmensa pena de tu extravío/ Siento el dolor profundo de tu partida, y lloro sin que sepas que el llanto mío, Tiene lágrimas negras, tiene lágrimas negras, como mi vida”




Foto: en el Café de Flore (J'ai Rendez-vous avec vous à París), estábamos solos aunque con sombras.
La cámara y sombra de mis manos en el cristal reflejados.

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