domingo, 16 de febrero de 2014

Yo en casa de Kafka en Praga con mi hija... Amor incondicional.

No conoces el amor incondicional hasta que no tienes hijos. Eso es "casi"  cierto, al menos en mi caso. Conocí el amor incondicional por la música con dos o tres años cuando iba de vacaciones a casa de mi abuela en Santa Isabel de las Lajas e íbamos los domingos al barrio de la Guinea a las ceremonias del Casino de los Congos, donde mi bisabuelo ex-esclavo africano oficiaba como líder de esa pequeña comunidad traída a la fuerza del Congo al Caribe. Mi tía dice -hace poco recibí carta de ella donde me lo cuenta- que aprendí a bailar allí y nunca me asustaron los tambores yuca. Mis primos y yo delirábamos viendo bailar a los mayores y les imitábamos. 
No obstante, tuve antes que mi hija, otro amor incondicional... La literatura. Cuando comencé a escribir y no a leer. Jugar al tenis,  al ajedrez, grandes pasiones de la adolescencia junto a el judo, donde llegué a ser cinta azul, quedaron todos en un segundo plano.  Varios autores tuvieron la culpa, sobre todo Mary Shelley con su Frankestein y Frank Kafka que me cambió la vida con su Metamorfosis. No tuve literatura infantil, o esta fue mi literatura infantil, seres protagónicos  raros e inadaptados.
Me dejaron tal huella que dejé de dormir normal y leía en el cuarto de baño de madrugada, así terminé en un sicólogo que me envió, o sugirió sabiamente a mi madre que me inscribiera en la sala infantil de la Biblioteca Nacional de Cuba... Desde ahí, nunca más, NEVER more, diría Poe, me he separado de los libros. Con tal suerte que la licenciatura en Historia me llevó a trabajar al Archivo Nacional de Cuba durante tres años, pegado al mar y a los libros...

En las dos fotos siguientes, el lector no puede ni imaginarse la felicidad que sentí cuando entré en el Callejón de Oro del Castillo en Praga, y justo me detuve en el N* 22 donde se encuentra una de las casas de Kafka. Maya, mi niña, mi gran pasión incondicional,  me vió  llorando y me dijo - ¿pápa (siempre con su acento catalá), quieres que te haga una foto? Le dije claro mi niña. 
Después me ha hecho muchas fotos, pero esta foto delante de la casa de Kafka, casi tan pequeña como mi casa estudio piso de alquiler en Barcelona,  es casi un milagro. Nunca viviendo en aquella isla imagine que pasearía por Praga buscando los rincones de Kafka nada menos que de las manitas, los brazos y la voz de mi niña. Quien desde su bella ingenuidad, me dijo ... ¿era escritor como tú?  Le dije sí, pero mucho, mucho más grande... Tanto que nos nos cabe en el corazón.... Ostras...pápa... Si!








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