lunes, 16 de febrero de 2015

Entorno al Museo del Prado en Madrid. 2015.

El Museo del Prado marcó mi cabeza en una dirección clara: Diego Velázquez, Goya y el Bosco.
Es difícil olvidar la textura de la tela  del caballo y la tela del vestido de la Reina Isabel de Francia,  casi reales los dos,  de un cuadro de Velázquez. De Goya, la primera vez que fui, estaba expuesto todos sus caprichos juntos, que son capaces algunos de multiplicar los sueños. Cerca en primera planta junto a Goya estaba  El Bosco (Hieronnymus Bosch) con su Jardin restaurado. Este último lo había conocido gracias a mi pasión por los surrealistas franceses quienes lo situaban como génesis o antecesor directo del surrealismo aunque hubiese nacido 400 años antes en Holanda.
En enero de 2015 no entré al Museo. Iba como un tiro a un café en Santa María de la Cabeza con Atocha y paseaba mientras llamaba por teléfono a mi amigo Ernesto Celis. 
Tampoco entré al  Retiro. Solo me hice un selfie en CaixaForum Madrid con su jardín vertical. 
Pero sé mucho de lo que hay dentro del Prado, desde el año 2000 que lo visité por primera vez, y  no me gusta entrar si voy corriendo, tendré ese orgasmo reservado y deseoso en una nueva visita, donde volveré a penetrar ese recinto vaginal de arte  como la primera vez. Ahora me encargué del entorno...Sólo fueron preliminares, eso que hacen los equipos de fútbol antes de empezar el partido... Nevaba cuando iba por La Castellana que es otra forma de arte que tiene el clima en Europa.














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