martes, 15 de diciembre de 2015

Dejo a mi niña. Baja el ascensor. Estoy solo.


Baja el ascensor y arriba se ha quedado mi niña después de 24 días con ella. Ya sé las ventajas de volver a la vida social. También sé que me costará adaptarme a tener el corazón lleno de luz de su cuerpo, lejos.  Hoy será un agobio no verla durmiendo o verla quedarse dormida mientras le leo.
Ya sé que quienes me siguen creerán parcialmente que estar separado y solo; es como tocar en un grupo de éxito; o es lo más cercano a vivir.  
Es cierto, pero algunos que conozco,  además de mi mísmo, también somos felices con esos trozos de vida que son los hijos. Y nos cuesta horrores la primera semana sin ellos. 
Ahora estoy triste. Y como me encanta llorar en público estoy en el restauran Machito de Gràcia llorando el ritmo de rancheras que aquí no paran de sonar.
Afuera mucha gente es feliz con las fiestas de Gràcia, como yo ayer del brazo de mi hija, como yo y ella del brazo de un cono de helado cada día en Côte d' Azur o en el Tío Che de Poblenou.

Baja el ascensor, dejó a mi hija, estoy solo. Una lástima no ser un poeta del siglo XIX  o tener la valentía de Ozamu Dazai. 




Yo ante el barro del café olla de Machito.

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