martes, 27 de octubre de 2015

Ante la tumba de Henri Matisse en Nice.

Mi hija le hizo un avión de papel a Matisse cuando la llevé a su tumba en Nice,  y lo llenó de azúcar moreno. Le pregunté por qué le dejaba eso al pintor y me dijo... ¡Papá, seguro que le gustará mucho, es un avión dulce!
Soy de héroes y tumbas. Nací en La Habana, muy cerca de un cementerio: Necrópolis de Colón. 
Hemos venido Sarah, mi niña y yo hasta la tumba de Henri Matisse, antes de ver casi toda la obra que pintó en Nice en su Museo, muy cerca de donde está enterrado.

Yo le dejé las piedras que en la mañana había recogido en la playa de Nice que no tiene arena. Ya sé que es una costumbre judía dejar piedras por flores, pero a mí, la idea de que las piedras permanezcan más tiempo encima de su tumba, más que las flores también  me gusta.
Además, él vivía pegado al mediterráneo que toca las orillas de esta ciudad de Nice muy cerca de donde hemos pasado diez días descubriendo su esencia.
Me quedo en paz cuando visito la tumba de un artista que admiro. Quizás para agradecer sobre su tumba, la belleza que nos dejó, sirvió para modificar con placer estético  un rato de mi vida...




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