miércoles, 1 de agosto de 2018

Ayer llegamos a Berlin mi niña y yo. La capital de Prusia.



Mi mayor sorpresa a sido la cantidad apoteosica de lagos y ríos que he visto desde el avión antes de aterrizar en Tegel, y el calor bestial que hemos encontrado mi hija y yo en esta ciudad hecha de duros inviernos y nieve tanto en cine como en literatura. Por la ciudad fluyen los ríos Esprea, Havel, Panke, Dahme y Wuhle. Con una población de 3,5 millones de habitantes, humedos y verdes hasta la saciedad con tanto bello río. 
No todos los días llegas a una ciudad fundada en el siglo XIII. Con una historia que estremece los huesos: Reino de Prusia, de la República de Weimar, y del Tercer Reich, partida en dos después de la Segunda Guerra Mundial, llevo tanto tiempo esperando pisar esta historia que bajando las escaleras del avión le dije a mi niña, salta y pisamos esta tierra juntos a la vez que aquí a mucha historia para uno solo.
El recibimiento por una amiga, Beate y su familia, tras casi treinta años de amistad a sido extraordinario. Una amistad cocida en pleno período especial en Cuba, período especial es un eufemismo castrista para no decir hambre y miséria. 
Comer carne, chorizo, patatas hechas al estilo berlines, y cerveza,  es solo el aperitivo del viaje por Alemania que nos espera. Aunque Fito Paéz suene en el coche. Es la banda sonora de los años noventa en Cuba que de madrugada no nd deja dormir a veces.

Mi hija llegó y ya estaba en casa.
Beate, Maya y yo.

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