Otra Carne...
Dormía desnuda después que ambas habíamos limpiado el albergue, su desnudez la hacía más inocente envuelta en el silencio y la calma. Aquel reposo estético anterior a la comida formaba parte de la atracción diaria que generaba su cuerpo al saber que su costumbre era desnudarlo bajo las sábanas.
El sueño va acompañado de esos jirones leves e inconscientes, cuando se adormece la carne que va entre la carne. Este modesto trastorno de posiciones y la corta longitud de pliegues de sábanas que tenía sobre el pecho y el cuello hizo que un seno saliera sin pudor bajo la tela. Esto tiene que haber ocurrido otras veces porque apareció sin timidez en su naturaleza.
Las pasiones son bellas cuando permanecen inconfesables y malditas. Yo intentaba concentrarme en la lectura pero los matices bronceados del pecho y el cuello formaban un contraste notable con la democracia pálida de aquel seno ondulado y pasivo. Nunca había podido observar con tanto detenimiento un pecho.
Su seno marginado y sublime reproducía su rostro en mármol y sin párpados, daba una idea exacta de la esbeltez de sus nalgas tapadas, risueñas y tranquilas en su respiración. Su pezón reposaba sobre su círculo con el sostén que genera el equilibrio de esa carne débil capacitada sólo para el tacto húmedo de la lengua y la leve superficie de los dedos. Entre la aureola carmelitosa del pezón y las líneas de su masa adiposa, se cierra parte de su magia como la del caracol sobre su oído.
No deseaba tocarlo, sería un crimen desdibujar con una caricia la forma de algo que ha condicionado toda una cultura contemplativa con el carácter de sernos necesaria, útil por el placer que representa a la humedad de la lengua. No miré con odio ni recelo, no deseaba competir, competir entre mujeres es ser tonta heredera de Safo. Había algo perdurable en su pecho que lo hacía alcanzar su eternidad. Es como estar en el seno de Dios. Su belleza sobrevive ahora bajo cualquier blusa sin sostén y no sé la razón, este resto de fe no está en mi poder.
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“Otra carne o el misterioso pudor de la
belleza, Jorge Brioso”
“
Otra carne” es uno de los relatos breves más bellos de la literatura cubana.
Este elogio que a primera vista puede resultar banal se explica mejor si se
agrega que la misteriosa seducción que ejerce este cuento radica en la
capacidad que tiene el mismo para revelarnos la naturaleza de lo bello. Para entender la naturaleza de lo bello hay
que remitirse al sentido etimológico del concepto de verdad: la verdad entendida
como aletheia (ἀλήθεια),
el velarse y el revelarse de las cosas a través de sus apariencias, la
apariencia entendida como cifra y sentido de lo que es. El carácter inefable de
la obra de arte, la cortedad de su decir, para decirlo con las palabras de José
Ángel Valente, va a estar vinculado no a
una falta de ser, a un defecto, a una falta de manifestación, sino a un exceso,
a su carácter de aparición. La obra de arte hace que todo aparezca, que todo se
haga superficie. “Hacer aparecer lo que no se muestra no por defecto sino por
exceso” (Jean Beaufret, 36). O para
decirlo con las palabras de Lezama: “La imagen al participar en el acto entrega
como una visibilidad momentánea, que sin ella, sin la imagen, como único
recurso al alcance del hombre, sería una desmesura impenetrable. De esa manera,
el hombre se apodera de esa desmesura, la hace surgir y reincorpora una nueva
desmesura. Toda poiesis es un acto de participación en esa desmesura”. La belleza, entonces, nos permite penetrar en
la desmesura que es lo real pero penetrar en la desmesura no significa
reducirla, acotarla a un sentido, una dirección, una función. Penetrar la
desmesura supone agregarle nuestros ecos, hacerla penetrable a nuestros
deseos.
“Otra
carne” nos narra la historia y las metamorfosis
de una mirada. Una mirada que persigue entre pliegues y ecos, senos que
parecen caras sin párpados, caras y senos que parecen nalgas, el misterio de
una aparición. La historia puede sonar
familiar: una mirada que es arrancada de
los placeres de la lectura por la desnudez de un cuerpo ajeno que se nos ofrece
a los ojos sin saberlo, inconsciente del placer que nuestra atención le
arranca. Una clásica historia de
“vouyerismo”, pensará el lector de esta nota.
Sí y no. El “vouyerismo” desde las escenas míticas, Acteón mirando
furtivamente la belleza casta de Diana, hasta los “peep shows” tiene un inequívoco carácter masculino. El
sujeto de la mirada es siempre masculino, el cuerpo observado y gozado,
femenino. “Otra carne” “pervierte” esta escena. En esta historia es una mujer
la que goza de la aparición del seno de la amiga entre las sabanas mientras
esta descansa. Apropiación, parodia feminista,
pensará ahora el lector, de una
clásica escena de la institución literaria que se hizo desde el privilegio que
gozaron los hombres en todas las esferas políticas y sociales, incluida la
propia imaginación. De nuevo, la respuesta es sí y no. El autor de esta
historia es un hombre. Lo cual hace el juego, la “perversión” de esta convención
literaria, mucho más complejo y ambiguo, es decir más rico literariamente.
Pero
la clave de este cuento no radica en la inversión de la escena “vouyerística”,
por mucha importancia que pueda tener este gesto. Su verdadero misterio, como habíamos
insinuado antes, radica en otro lugar: entender la belleza como (ἀλήθεια),
el exceso visual que supone toda aparición, toda forma que nace mientras es
arrancada de lethe (Λήθη) del olvido, y
a la vez, el secreto que le es inherente a ese exceso de visibilidad. Un exceso
visual que viven los objetos que nacen ante nuestra mirada pero que más que
profanarlos, los protege, los cubre, les cuida su intimidad. En esto consiste
el pudor de la belleza. Un objeto, en nuestro relato un pezón, se muestra en su total desnudez pero esta
desnudez no traiciona sino que protege, acompaña la intimidad del mismo. El
aprendizaje del pudor nos obliga a entender que hay que aceptar que las cosas
no se nos entreguen totalmente, el peligro de pasar de la mirada al tacto y del
tacto a la posesión . Otra carne lo dice magistralmente: “No deseaba tocarlo,
sería un crimen desdibujar con una caricia la forma de algo que ha condicionado
toda una cultura contemplativa con el carácter de sernos necesaria, útil por el
placer que representa.”. Ya podemos
repetir, sin temor a ser banales, lo que habíamos dicho al principio: “Otra
carne” es uno de los relatos breves más bellos de la literatura cubana. “Otra carne” escenifica, con un lenguaje y un
imaginario muy propios, la fórmula que ha definido a la belleza desde Platón
hasta filósofos contemporáneos como Giorgio Agamben: hacer que el objeto que aparece ante nuestros
ojos como por primera vez, lleno de la exhuberancia, la plenitud y el brillo de lo que acaba de nacer, se
vuelva inasequible para de ese modo poder defendernos contra su pérdida. Hace
falta, para decirlo parafraseando a Lezama, que el objeto se escape cuando
empezaba a alcanzar su definición mejor.
18
dic 2010
Jorge Brioso
Associate
Professor of Spanish
(PHD
City University of New York) teaches twentieth century Peninsular Literature
and Film at Carleton as well as Latin American Literature. His main areas of
interest are literary theory, philosophy and aesthetics. His research focuses
on the twentieth century Spanish essay and poetry: Unamuno, Ortega, Machado,
Zambrano as well as Cuban literature: Casal, Lezama and Virgilio Piñera.
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OTHER FLESH
She slept nude after we had both cleaned the dormitory
, her nudity made her
appear more innocent surrounded in silence and
calmness. That esthetic repose
preceeding dinner was part of the daily attraction
her body generated at
knowing her habbit of undressing him underneath
the covers.
Sleep is accompanied by those slight and
unconscious turns when the flesh
that lies between the flesh grows benumbed.
This modest unheaval of positions
and the short longitud of the folds in the sheets
covering her chest and
neck, made one of her breasts show without
modesty beneath the fabric. This
must have occured other times because in its nature
it appeared without
shyness.
Passions are beautiful as long as they
remain unconfessed and perverse. I
attempted to concentrate on the next but the
bronze colored matisses on her
chest and neck showed a notable contrast
against the pale democracy of that
ondulated and passive breast.
Never had I been able to observe a loreast with
such thoroughness. Her
marginal and sublime breast reproduced a
marmol face without eyelids giving
an exact idea of the slimness of her covered
buttocks, smiling and calm in
their respiration. Her nipple rested over its ring
like a backbone that
generates the equilibrium of that delicate flesh,
prepared only for the humid
touch of the toungue.
Between the light brown areola of the nipple
and the lines of its adipose
mass, part of the magic is hidden like that of a
snail, mimiking the shape of
her ear. I did not desire to touch it, it would be
a crime to erase with one
caress the shape of something that has
conditioned a whole contemplative
culture with characteristics of making itself
necessary, useful for the
pleasure it represents. I did not gaze (stare)
with hate or fear, I had no
desire for competition, competing amongst
women implies being the foolish
heiress of Safo. There was something abiding
in her breast which made it
reach its eternity. It is like that of being in the
brest of God. Now its
beauty survives beneath any blouse without a
brassier and I do not know the
reason why, this bit of faith does not lie
within my power.