jueves, 9 de mayo de 2013

Granja Dulcinea. Xocolateria de la calle Petrixol. Tomar chocolate en invierno en Barcelona medieval.

Hoy pasé de un café mañanero en Caixa Forum al pie de Montjuïc donde el sol fue un protagonista único, a un café en el barrio gótico con el literario y vaginal nombre de Dulcinea. Donde la infraestructura inmobiliaria del local pasa por la rigidez misma de la madera, pero esa misma madera está relacionada visualmente con el marrón intenso del chocolate que venden en su interior, único en toda esta zona...

¡Oh, divino chocolate!
que arrodillado te muelen,
manos plegadas te baten
y ojos al cielo te beben.
Marcos Antonio Orellana.

Barcelona presume de ser la primera ciudad europea donde llegó el chocolate de América y eso le da un caché importante a la forma de hacerlo y venderlo por encima de otras ciudades españolas. Esta referencia nació cuando Cristoba Colón regresa de América  y trae en su equipaje aquí varias vainas de Chocolate.
La Xocolateria es íntima. Las mesas pegadas dan una promiscuidad a la conversación del vecino que la hace tuya, pero eso al visitante le da igual, nunca más te volverá a ver, por eso puedo escuchar a la chica que está en la mesa cercana rogarle a su novio que vuelva con ella, que no la deje sola, que cualquiera se equivoca... Y la pareja justo detrás, mirarse y reírse de la chica que habla por el móvil sin imaginar que mañana ellos podrán representar esa misma obra en otras circunstancias y sin chocolate por el medio.

Yo vengo solo con un tablet a escribir mis post a esta granja, sé que cuando acabe seré esa sombra de Cortázar que vagaba por París, pero su réplica en Barcelona.  No voy escaso de amores pero quiero la soledad para centrarme en la literatura que es una soledad elegida por mí en las mañanas y tardes de ocio, e innegociable de madrugadas con luna.

Una mujer que está sola en otra mesa está convencida por su mirada que la invitaré a mi mesa, o mi ego hace pensar que así será, pero es falso. La reserva que hago de mi soledad para escribir a estas horas en los cafés, no la cambio por nuevas conversaciones que no estoy seguro a dónde conducen. 
Solo extraño el rostro de mi niña ante el chocolate, las mejillas embadurnadas de luz marrón que ella no se limpia por estar concentrada exclusivamente en el placer dulce del chocolate que su nombre, Maya indica que lo trajeron  desde México pasando por Cuba.

Granja Dulcinea Xocolateria. Carrer Petritxol número 2, Barcelona.





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