Fue la única vez que hablé con él, y le pregunté por qué había abandonado a su grupo Proyecto, para sólo tocar con un batería y un bajista. Me contestó, que con menos instrumentos, se veía obligado a llenar más espacios dentro de las improvisaciones en el piano, con lo cual estaba obligado a ser más creativo.
Eso precisamente fue lo primero que advertí en el monólogo de María Elena (Malena), que lo había montado con mucho menos recursos que la vez anterior, prescindiendo de escenarios y quedándose en el mismo plano que el espectador. Eso hizo que su experiencia con nosotros, los presentes, fuera táctil, o sea, que estuviésemos al alcance y las caricia de sus manos... Rompió la virtual cuarta pared con su público no para acercarse, sino para meterse dentro de uno con un relato que va desde su vida de emigrante, hasta la niñez, llegando hasta el relato torcido de su propia matriz.
Por momentos se muestra, desgarradora, divertida, táctil como el iPad, lúcida, cantante de boleros, erótica, budista zen, confesora, sacerdotisa, bruja, casi rusa cuando se pone hablar en esa lengua del país donde se graduó de teatro, y sobre todo, cubana. Esto último no es una virtud superior, sólo es su condición real.
Es sorprendente lo que puede lograr Malena con una cuerda larga, unos pañuelos, una mesa, un libro de Cortázar, Rayuela, varios vídeos, tres fotos y un marco vacío.
Salí con la sensación de que había estado en un acto iniciático, que había tenido el privilegio de ver algo que no se va a repetir nunca, porque así es el teatro, hace que partícipes de algo mágico pero irrepetible.
Suerte para los que puedan ver esto en La Habana donde va de gira con su montaje a mediados de mes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario