Foto de Guillermo Farina |
“Le doy a la patria un valor accidental;
No es esencia, sino circunstancia”
Francisco Ayala.
Llevo la mitad del tiempo que Ulises fuera de Cuba. Como Ulises en la Guerra de Troya, estos diez primeros años he luchado para sobrevivir en el exilio contra fantasmas solo comparables a la metáfora de los Molinos de Viento.
No fui oficialmente rey en Cuba; como Ulises en Ítaca, solo me sentí así en algunas ocasiones que coinciden con la familia, la música y el amor a través de una mujer de nombre, Yara, que en araucano significa espíritu de un árbol. Mientras más fui creciendo allí, más me sentí un error geográfico dentro de un sistema que tuvo gran habilidad para deleitar mi desasosiego.
No obstante, allí tengo sobrinos que ya son adolescentes y a quienes dejé niños. Tengo tías que han muerto y no volveré a ver. Tengo sueños, vuelven en verano, de playas muy deseosas que siempre esperan un cuerpo. Tengo la codicia velada de volver con mi hija y caminar por ciertos lugares de mi infancia. Tengo pequeñas victorias y derrotas importantes que necesitan ser escuchadas por la familia.
No he vuelto, solo veo la imago digital de esa isla desde las nubes a través de Google earth. Contrario a Ulises, no he comenzado el ciclo del retorno diez años después, espero el final del viaje de un traje militar y verde, que no te quiero verde, que no te quiero verde... que no te quiero verde.
Ahora, mientras decido si voy, si regreso… Advierto que sí quiero volver a tocar la puerta del cuarto donde durmió Washington Irving en la Alhambra , que acaricié detenidamente una noche en visita nocturna con iluminación de la época nazarí; o regresar a un pequeño pueblo del sur de Francia llamado Meaulnes, que inspiró a Alain Fournier su única novela El Gran Meaulnes; o volver a atravesar el meridiano de Greenwich a la altura del desierto de Monegros y ver la luna llena detrás de la mujer; la luna …