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miércoles, 3 de abril de 2019

El maestro y margarita. La hoja y la flor

Hay una hoja desde el inicio del otoño en el parabrisas del coche. Baila sola en ese escenario visual y no se cayó, ni esa noche difícil con frío  y niebla que tu conducías de Barcelona a París, ni piensa caerse. Te gusta su estado,  aunque no es exactamente del color de mi piel.
El sábado pasado rompiste su soledad, que es solitud en catalán, con una margarita fresca del lado contrario donde te pones cuando yo conduzco.  Pensé en una novela fabulosa El maestro y Margarita leída en esa ciudad, La Habana,  donde nacimos que carece estaciones y  cambio y no tuvimos  otro objetivo que no fuera irnos.
Mijaíl Bulgákov, el autor de la novela, tampoco le gustaba mucho cómo estaba su país. Él quemó el manuscrito de su novela para reescribirla, pero no pudo borrar su historia. La reescribió como se comienza una nueva vida.
En la última versión de la novela Margarita sobrevive a un  aquelarre aprendiendo a volar sin destruirse, sostenida por su inquebrantable amor al Maestro y su inmutable aceptación de la oscuridad como parte de la vida humana que no tiene por qué tocarla aunque haya estado en su pasado. 
La novela que recuerdo  del Mijail Bulgakov,  es distinta a esta pareja nueva del parabrisas de tu coche.  Cuya hoja de otoño  ha dejado de bailar en aquelarres desde hace un tiempo, para recibir como una fiesta la llegada de una Margarita rotunda, que llegó  hace un año de forma física a su vida.

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