Desde el bar Ochava, cerca de Atocha, en Madrid, veo un fragmento de la ampliación del Museo Reina Sofía, uno de los pocos toques de modernidad que ha tenido esta esquina madrileña desde el atentado del 11-M en el 2004. Desayuno, en pleno Paseo de las Delicias, he venido andando por la avenida Santa María de la Cabeza, donde hace unos años vivían varios amigos músicos, sobre todo en un edificio especial que tenía a Medina en una planta, y a Boris en otra; en este barrio estuve empadronado una vez en casa de Fidel, escritor y compositor andaluz.
El café con leche lo sirven en vasos de cristal, no hay tazas según me dice el camarero, y me quemo los dedos con los bordes por falta de costumbre; al cruasán, lo han calentado con aceite de oliva y está deformado en el plato como si lo hubiese aplastado una tonelada de acero.
A pesar de la apariencia estética del cruasán, lo como con gusto aunque admito que prefiero los de mantequilla, o la media de tostada con aceite de oliva virgen de varios bares en Sevilla.
El ambiente del bar por la mañana, me parece extraño y diferente. Viniendo de Barcelona creo que se habla el castellano un tono más alto de lo habitual. No es el único matiz que siento diferente, en el Retiro, donde voy por libros usados y antiguos, un vicio que arrastro de toda la vida, veo que los precios aquí van en la última página, mientras que en el mercado de Sant Antoni, de Barcelona, los precios van en primera página.
Toda especulación desaparece cuando me llevo el vaso de agua a la boca similar a Marcel Proust cuando lo hacía con la taza de té. Madrid carece de un río como el Sena, o el Tajo, en Lisboa, no obstante, el agua del grifo me recuerda el agua de Sierra Nevada, en Granada, posee el encanto de la naturaleza virgen al paladar y recuerda el paraíso del que fuimos expulsados, casi todos, alguna vez en la vida.
foto. Desayuno sevillano. Arkolano