"... la poesía puede corromper más seguramente que la lujuria o la pólvora."
Adeline Virginia Woolf está sentada sobre una mesa de cristal en el Archivo Nacional de Cuba. Tras su silueta está la ilusión de haber tenido sus libros entre mis manos -Ediciones Aguilar- como partes dispersas de su cuerpo después de su caída bajo las aguas.
Adeline Virginia Woolf está sentada sobre una mesa de cristal en el Archivo Nacional de Cuba. Tras su silueta está la ilusión de haber tenido sus libros entre mis manos -Ediciones Aguilar- como partes dispersas de su cuerpo después de su caída bajo las aguas.
A veces se inclina sobre un manuscrito y pregunta una palabra del castellano procesal en que están escritos los legajos que consulta. Otras el pelo le cae en la espalda intentando descifrar la dirección del viento que viene de la bahía.
Sus biógrafos aseguran que antes de lanzarse al río, se inclinó con la misma disciplina para colocar un texto inédito y el bastón a favor de la corriente.
Cuando leí su novela Las Olas, quedé completamente k.o, la ensayista Madelín Cámara que trabajó en la revista Letras Cubanas y publicó mi texto Señales sobre Egipto, fue con quien más he disfrutado reconstruyendo la trayectoria de esta escritora que marcó mi forma de escribir sobre el entorno.
Yo estuve enamorado de Virginia Woolf, tenía la literatura en los ojos y sus manos fueron el molde de algunos cuadros posteriores de Amadeo Modigliani.
Sin su amor jamás me hubiese enamorado de Reneé Perles... Con Virginia aprendí amar la nariz, grandes ojos y manos infinitamente largas...
Sin su amor jamás me hubiese enamorado de Reneé Perles... Con Virginia aprendí amar la nariz, grandes ojos y manos infinitamente largas...