He visto el sábado pasado a la actriz cubana, María Elena Espinosa Delgado, representar un unipersonal en Barcelona al cual tituló, Qué importa saber quién soy. Lo curioso es que, a pesar del título, Malena nos cuenta su trayectoria vital a través de todo el teatro que ha pasado por la piel de su cuerpo toda su vida, entrado en su memoria y devuelta hecha jirones de nostalgia viva. No nos muestra el pasado, nos muestra la vida, su vida interactuando con ese pasado que late alrededor pero que a ella le da fuerzas hasta para imaginar su propia despedida.
Primero, hacia una Habana (su nacimiento) que le ha quedado lejos, muy lejos, con ex-novios y familia bajo suelo; hermana que escribe emails que rozan el apotegma filosófico; una Rusia con una carga dramatúrgica importante; un Madrid que la marcó durante siete años cuando intentó sesear con el acento de la meseta para así intentar conseguir trabajo como actriz y nos refresca, de paso, los problemas que te encuentras al llegar sin papeles. Este momento no excluye, el contraste idiomático con el catalán al llegar a Barcelona, hace trece años y de donde no se fue. Los saltos de época los da a través de la música que va desde Vangelis, María Teresa Vera, Rolando la Serie , Benny Moré, Nicolás... Entre otros.
Malena resume su vida como actriz en un exorcismo que roza el despojo espiritual. Un desvalijamiento personal de sus esencias y experiencias más profundas que la han marcado desde el año 1992 cuando llegó, hasta hoy, hace 20 años.
Utiliza su terraza particular, hecha escenario con público, para llevarnos a la noche de la pérdida de los amigos, la usó porque el cielo y los ojos de las otras ventanas eran su otro público. Me gustó mucho que tratase con la misma pasión a los amigos que se han ido, como al trovador Nicolás, como a su madre y a su padre, como a los que aun la siguen, lo que me corrobora que no soy el único que piensa que los amigos buenos del exilio forman una familia que penetra más allá de la piel y pasan a ser compañía que viaja en la sangre.
Malena dialoga en silencio con el trovador Nicolás, su amigo fallecido hace unos meses en Barcelona. |
Nicolás no sólo estaba presente, podía sentirse su respiración a través de sus canciones. Yo no pude hacerle fotos, pero seguro algunos de los que estaban allí, si revisa bien sus imágenes no debe asustarse si lo ve, no en sombras, sino en vida.
Malena me dio un golpe de vida y fuerza con su estoicismo para seguir abriéndose camino entre las piedras con las dificultades que conlleva intentar hacer arte, literatura, música o teatro en momentos y lares como estos. Logró juntar músicos de Brasil, Argentina y Cuba que terminaron de dar un cierre al final abierto de su obra, que no acaba en firme, porque su vida no acaba nunca. Su vida es un renacer continuo de creatividad, de reinvención propia y de las de todo aquel que escoge estar cerca de ella.
A este texto le hubiese quedado de escándalo decir que su puesta me hizo pensar en Marcel Proust y su búsqueda del tiempo perdido, pero no, su mirada a La Habana, desde Europa, sus recuerdos enriquecidos en la nostalgia no han estado nunca perdidos en su experiencia vital y me llevaron a la novela, La Habana para un infante Difunto de Guillermo Cabrera Infante, quien miró esa ciudad desde Londres, como Malena mira a La Habana y a su memoria, una noche de verano, desde un patio del eixample barcelonés.
"Qué importa saber quién soy"
(Unipersonal performático)
interpretado, actuado, escrito y dirigido
por Malena Espinosa
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