Desde que vivo solo, por momentos, siento que soy el último habitante del planeta, no es un drama y no me quejo, es una definición, puede que no tan hábil, pero me gusta.
En catalán, soledad, es solitud, la última sílaba dicha en esta lengua, obliga a los labios a inclinarse hacia delante, y parece que la soledad, es más erótica que en castellano; en inglés, soledad, es Alone. Thelonious Monk, genial pianista de jazz, tiene un disco Alone in San Francisco que me lleva a un lugar del que no puedo contarles en este post, debían estar escuchando todos conmigo la música que elegí un nublado de diciembre antes de marcharme a Burdeos para pasar el fin de año.
Llevo algún tiempo viviendo solo, he recuperado algunos amigos que quizás nunca perdí. Quiero hablar de la soledad, pero ahora está sonando Miles Davis… Yo sé que nadie se lo va a creer, pero me lleva directamente al puente de la Barqueta, en Sevilla por la orilla derecha, sigo andando y mi pierna izquierda (asesina) aplasta hojas de otoño junto al Sena cuando me quedé solo en enero del 2000, en mi primer viaje a París. Intento avanzar y estoy en el cine Chaplin, un día después de que Fátima Josefina Peña Acosta, mi amor adolescente, se fuera a República Dominicana y me dejara por primera vez solo… y me duelen todos los recuerdos de esa zona de la memoria…
Ahora soy una pantalla de cine, la del cine Verdi, en Gràcia, Barcelona… y proyectan un film europeo.
Una pareja entra a comprar dulces en una tienda. Ella grita de alegría por haber encontrado las galletas preferidas que su abuelo de niña le compraba… Son felices y no están solos, se abrazan, giran, casi bailan y sobre todo, se ríen hasta dentro de sí mismos donde se pierden, parecen adolescentes ilumidados por la navidad de su propio encuentro... Quien lo advierte, no soy yo -que ahora soy metáfora o la memoria de una pantalla de cine-, es la dependienta de la tienda que les vende las roscas para el desayuno y les felicita, pues la solitud que ella vive, le sirve para que los ratos de felicidad que viven otros le incline a tener esperanza de que el fin de su soledad, llegue.
Todo poeta es un fingidor, eso o casi dijo Fermando Pessoa, debía advertir al lector que cuando estoy con mi hija convierte esta reflexión sobre la solitud en estiércol.
Mayo 2014.