Te acercas al mar y la música chillout que se escucha no muy lejos, te invita a bajar al fresco; coges una mesa lo más cerca posible de esa humedad que la noche sin luna no te deja ver, el agua. Sabes que existen estos lugares, que la paternidad te ha alejado de ellos durante un tiempo. No obstante, nunca olvidas el placer de relajarte pegado al Mediterráneo con una copa.
Todo lo que piensas hasta que llegaste aquí, ocurrió en el pasado. La música es una misma frecuencia, y dos televisores-pantallas planas 50 pulgadas a ambos lados-, emiten imágenes que no nada tienen que ver con la música, te advierten, que no es un lugar para hacer nada coherente, que el sentido de la vida llega hasta que te descalces en la arena, y trates de no pensar en el día, ni en las dos direcciones que puede tener la vida a cada instante. Que por casualidad estas allí, pero bien podías estar durmiendo en casa.
La mayoría de los que nos rodean, solo están de tránsito, miran sus smartphones constantemente esperando a otros amigos, esto para ellos es solo el preámbulo de su larga noche, luego ir a una discoteca del Port Olimpic, o del Tibidabo. Caipirinha en mano, solo me ocupo de encontrar las diferencias con el mojito, que inicialmente pensé pedir, pero cambié en el último segundo quizás por el acento de la camarera. Lo sostengo como un trofeo de verano.
Las grandes capitales europeas suelen esconder en su vientre, otras ciudades donde encontrar un camino dentro de la misma vida, que uno lo tome o no depende de la trayectoria, del peso que tengas sobre los hombros.
Hoy había amanecido, una vez más, soñando con la ciudad donde nací, tan pegada al mar como ésta, luego, todo lo que me ocurrió en el día, diseñó el camino para llegar hasta aquí.
Incluso, coger el CD de jazz de la cubana Martha Valdés y del gaditano Chano Dominguez, interpretando de la propia Martha Valdés, Tú no sospechas, que es un estremecimiento..., -suelo llenar el coche de música cubana como antídoto contra la nostalgia, y a veces me cura-; también, otra canción, Mucho Corazón, cantada por Martirio, que a mi suegro siempre le produce otro estremecimiento sus versos: Dar por un querer, la vida misma, sin morir, eso es cariño, no lo que hay en ti (...) Un bolero escrito en una época donde todos morían de amor.
Así despedimos la noche del martes (no voy solo) ante la Torre de Agbar, de Jean Nouvel, en Las Glorias.
A veces, esta ciudad da la posibilidad de comenzar con un sueño el día y terminar en un paraíso perdido, pero posible.
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