Admito que no te guste Barcelona, aunque debería ser delito. Pero, que no te guste el mar, es para encerrarte sin juicio y sin razón como una dictadura verde en una isla que conozco muy bien...
Lo de los globos amarillos quizás sobraba, pero la caída de la tarde hablando cada uno de cosas no tan importantes fue excelente...
He tenido que amarrar mi lengua para no hablar de la Luna y ese azul cielo y de Nicolas Staël.
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