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sábado, 26 de noviembre de 2011

Living in New York

El viaje a New York comenzó en casa de Ramón Fernández Larrea y Magdalena, en Miami, la noche anterior a la partida. Ambos nos contaron sus obsesiones con el Museo Metropolitan, y nosotros terminamos yendo el primer día por culpa de la lluvia que no paraba de caer. Después de comernos el primer perro caliente (hot dog, Maya lo pide en inglés) en esta ciudad, tras  atravesar el Central Park en  taxi, estilo Carry de Sexo en New York, pensó Yara, mientras yo estaba fascinado con los colores de las hojas del otoño en la ciudad que me llevan siempre a la misma canción Autumn in New York.
El reencuentro con Alejandro López y su familia, en su casa en la calle Broadway, fue  entrañable, parecía que nos habíamos visto el día anterior, y  hacía 16 años que no nos veíamos. Con los amigos pasa, pero cuando sucede, uno se alegra de tener y conservar esta suerte de familia dispersa y maravillosa. Nuestras niñas jugaban y se comunicaban con fluidez y espontaneidad excelentes como si les hubiésemos transmitido el gen de los años vividos en La Habana, cuando nos bañábamos en el malecón habanero junto a Juan Carlos Mirabal, y nos cogió la policía. Todos los recuerdos vuelven y estuvimos horas poniéndonos al día con dos botellas de vino antes de coger el sueño, el primero de NYC.
Desde que vas en el bus desde el aeropuerto de New Jersey hasta New York comienzas a ver la verticalidad de Manhattan como una nube de hormigón mirando al cielo, sabes que tendrás una experiencia única, que serás incapaz de compartir coherentemente.
La experiencia de viajar por las ciudades europeas buscando un centro histórico, aquí se pierde. Es la vida vertical entre el asombro y el desasosiego por la altura. De noche, la luz y los anuncios no te dejan la cabeza en el mismo lugar, tus ojos por la 5ta ave desde la 59 hasta la 32 no son tus ojos, son un imán de la luz.
Me sorprende, primero que todo, la amabilidad de la gente en la ciudad y en el metro, todos los hombres se desviven por ofrecer el asiento a las mujeres, los ancianos, minusválidos y a quienes llevan niños. Si te ven perdido, te preguntan, y si pueden te dejan en el andén del metro que te toca. Llegué con mi cabeza llena de las pelis de secuestros y otras tonterías que desaparecen de un tirón, y te das cuenta de que no todo es cine, aunque las miradas definen mucho.
Me impacta que en casi todos los espacios cerrados haya música, pero no de cualquier hilo musical de relleno, sino hits de standars  de jazz, funky o de soul que se agradecen. Puede que sea invasión auditiva pero te envuelve en el contexto sonoro de esta ciudad.
Una amiga me preguntó si NYC me había dejado sin palabras y en parte es cierto, tienes que volver a reestructurar el lenguaje para hablar de esta ciudad que desafía al cielo.




foto: Autofoto en la acera ante el Empire State Building