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viernes, 31 de agosto de 2012

Diario de Menorca II. Reencuentro Vladimir Ilich Lenin.

El sentido del viaje.

Son cinco amigas que pasaron toda la adolescencia en un internado, beca, la Escuela Vocacional: "Vladimir Ilich Lenin" que la revolución cubana creó como ejemplo modélico de construcción de hombre nuevo, léase, revolucionario y comunista, en un experimento macabro de socialismo caribeño.
No coinciden juntas desde hace más de veinte años, hoy se reencuentran en Menorca, luego de pasar los cuarenta. Los hijos amenizan el salón, pero no las distraen de volver a contarse anécdotas de cuando eran casi niñas que reflejan que todos los internados educativos son, bien contados, un reflejo que me recuerda  la lectura de un libro que cambió mi vida: Retrato de un Artista Adolescente, de James Joyce. Si Joyce narra el rigor de enseñanzas cristianas plagada de restricciones sexuales y sociales, ellas lo hacen sobre el adoctrinamiento socialista (las hacían leer el periódico oficial  del partido comunista cada día, y les hacían exámenes mensuales), educación que no sirvió de nada, pues gran parte de sus amig@s, eligieron el mismo camino que ellas, abandonaron el país socialista donde nacieron, cuando tuvieron la primera oportunidad, o tomaron conciencia de la doble moral del sistema.
Las cinco de esta historia (Griso, Yussem, Adisel, Vivian, Yara)
 que representan a miles que pasaron por la Lenin.

Solo la conversación se tensa cuando analizan la actualidad y modos de vida (créditos, especulación, educación, exilio cubano) de Miami, Milán, Barcelona, Menorca, donde viven y trabajan cada una de ellas.
Mientras cuentan,  no advierten que recuperan esa edad, que la voz y el rostro se les ilumina adolescente, que los complementos de una sonrisa perdida hace años reaparecen, gracias o/a desgracia de la madurez, los hijos, la vida, sus errores y las  pérdidas.  Me llama mucho la atención cómo recuperan historias de iniciación sexual que seguro en aquel momento el pudor no las dejaba describir como ahora lo hacen ahora, desde la posición del miembro de los profes en el pantalón cuando daban clases; la forma, según bromeaban con otras neófitas se evitaba el embarazo (haciendo un nudo en la punta del pene); o el médico de la escuela de quien se especuló podría ser un tocador de niñas y terminó expulsado. "Un tocador que las hacía desnudarse completas si les dolía la garganta o si se daban un golpe en un dedo de la mano."
Me gusta que el relato de una memoria compartida de continuantes (en su lenguaje son las que pasaron seis años juntas y no tres) plagada de nostalgia como está, las aísle de todos y todas, da igual quienes estemos allí, ellas van vestidas de azul y con el distintivo rojo de la escuela en el brazo (un átomo), haber estado becadas en esa etapa de formación de la personalidad les dio un paraíso al cual recurren solas o en grupo. Ese paraíso no era perfecto, ninguno lo es desde la creación del mismo en la mitología, creo que esa imperfección fijó aún más esas anécdotas a la piel de su menoría.
Se despiden pasada la media noche entre luna llena y tramontana. No lloran, porque no se separan, este encuentro las renueva y vuelve a tejer esa memoria para enfrentar un futuro.



"Stephen se mantenía en el extremo de su línea, fuera de la vista del prefecto, fuera del alcance de los pies brutales, y de vez en cuando fingía una carrerita. Comprendía que su cuerpo era pequeño y débil comparado con los de la turba de jugadores, y sentía que sus ojos eran débiles y acuosos" James Joyce


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