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martes, 30 de enero de 2018

La muestra Días de callar y decir de Ana Paula Hall. Por Silvina Evangelista.


¿Qué hay detrás de una obra? Quiero decir ¿qué hubo antes? ¿Qué hizo que esta obra sea?
Y es que leí el texto*, ese que inspiró a la artista. ¿Por qué lo leí? Porque en este caso, quise saber qué hay detrás de una obra, qué es eso que inspira, eso que duele, esa verdad que está en otra parte. Porque lo real y concreto es la obra, la acción fotografiada, la instalación,  eso que los sentidos captan, pero yo quise conocer esa otra parte, no tanto para saber cuál era esa verdad, sino más por curiosidad, por conocer el lugar donde las verdades se esconden.
Porque antes hubo una historia, real o no, y el arte fue el modo que la artista utilizó para transformarla. Cuando el arte es vital, sus objetos no son producciones ni son resultados, son modos de ser y estar en este mundo.
La artista y sus acciones se hacen obra y buscan la complicidad de una mirada que la registre (la fotógrafa). Que no desaparezca la acción, que la intención sea explícita. A veces sólo queremos callar pero no podemos, a veces sólo queremos decir pero no sabemos cómo, y la mayoría de las veces nos enredamos en los propios hilos con los que entrelazamos nuestras relaciones, las que esperamos sean profundas y eternas. Entonces un código secreto nos permitiría comunicarnos sólo con los que conocen ese código. Y es que no todo el mundo merece nuestra verdad, no todo el mundo puede ni quiere entenderla.
Las fotografías muestran a una mujer hermosa, un cuerpo frágil, una soledad devastadora. Ese texto que leí está cargado de hermosas palabras y hermosos títulos, a pesar de la crueldad de lo que cuenta la historia. En estas imágenes yo encuentro la misma belleza, la misma delicadeza, la misma crueldad. Y lo femenino, que aparece como el código secreto que no se deja avasallar. Como si nada pudiera matar su belleza. 
Pero además de las imágenes, y como saliendo de ellas, hay un tejido (la instalación). Éste sí sería un producto o un resultado. Todos los cortes, todos los cruces, todos los pliegues de nuestra existencia en un solo objeto. Todas las palabras dichas y no dichas, todas las voces, todos los gestos, todas las acciones, reducidas a unos cortes de tela azarosos y desprolijos. Este es el producto si de cada acción propia diéramos una puntada y si a la vez nos dejáramos atravesar por las puntadas de las acciones ajenas.
Y es que si uno no tiene el propio cuerpo vulnerable a lo que pasa, como dice Suely Rolnik, termina incorporando un lenguaje que funciona como cualquier otro, pero que no habla. 
Es importante entonces que el pensamiento sea vivido y pueda generar en el propio cuerpo, en la propia subjetividad una actitud que potencie la capacidad de crear y de pensar, que permita crear un lenguaje propio. Eso que está en otra parte (que no está en la obra), entonces, ese código secreto, es una actitud nacida de la fragilidad, que desde ahí adquiere toda su potencia, no ya para subsumirse ni para satisfacer los caprichos de los demás sino para transformar y transformarse.
*”El abanico de seda” de Lisa See