Un triángulo equilátero invertido sobre un mapa de África, quiso que Bruno descubriera el entorno de las dunas en Namibia. Éstas sirven de cierre a una trilogía de libros poéticos sobre este continente, o sea, un libro de poemas para cada una de las esquinas del triángulo, que comenzó con: Lunas Hienas, luego, África para sociedades Secretas, y terminó con Duna 45, donde Bruno Galindo fabrica recuerdos con la arena y nos devuelve su visión de esa totalidad con una palabra que atraviesa todo el libro: afrohaikus. Por momentos, convierte en madre o vientre las ruinas circulares que detecta a su paso alrededor de este rojo accidente geográfico...
Cómo deslizarse por las dunas/ Y volver a nacer/ Como esos círculos
La infinidad de la arena le hace tomar conciencia de que somos un manojo de restos organizados en un cuerpo que mira buscando “el sendero de los escarabajos” para "que nunca termine el viaje”; no importa si el viaje es hacia uno mismo, hacia el otro, o hacia la literatura.
Cae la gota en el suelo/ Que simplemente la rehúsa/ Perdió la fe
En gran parte del libro el relato poético se construye sobre mínimos que recuerdan haikus. No obstante, la construcción de imágenes como la del afrikaner abandonado, solo
acompañado por media docena de cachorros de león me traslada más a la voluntad de Ezra Pound de intentar construir una novela del tamaño de un verso. Para mí, la historia comienza donde termina el texto, como le ocurrió a Vila-Matas con Melville, me sugiere desarrollar ese trozo de realidad. Digo, Bruno cuenta, no solo versa, sus afrohaikus no se rigen por la norma clásica de las 17 moras y 3 versos que universalizó el japonés Basho, no obstante mantienen el efecto de trasmitir una experiencia con un discurso leve. Con esa levedad que poseen las plantas acuáticas que flotan y se mueven con la caricia del aire sobre la superficie de un lago, pero al intentar arrancarlas poseen raíces que dan una fijeza a esa levedad, similar a la vida.
acompañado por media docena de cachorros de león me traslada más a la voluntad de Ezra Pound de intentar construir una novela del tamaño de un verso. Para mí, la historia comienza donde termina el texto, como le ocurrió a Vila-Matas con Melville, me sugiere desarrollar ese trozo de realidad. Digo, Bruno cuenta, no solo versa, sus afrohaikus no se rigen por la norma clásica de las 17 moras y 3 versos que universalizó el japonés Basho, no obstante mantienen el efecto de trasmitir una experiencia con un discurso leve. Con esa levedad que poseen las plantas acuáticas que flotan y se mueven con la caricia del aire sobre la superficie de un lago, pero al intentar arrancarlas poseen raíces que dan una fijeza a esa levedad, similar a la vida.
Brizna seca, aún fija a la arena
Crea, con el viento que la rodea
El círculo más perfecto.
Espero que Bruno ya esté posando un triángulo sobre Suramérica, Norteamérica o sobre la península del Indostán para que nos descubra huellas que podamos incorporar a nuestra trayectoria. Estos textos volvieron ante mí cuando en la retrospectiva de Miquel Barceló en Barcelona mi hija Maya pasaba las páginas digitales de Cuadernos de África. Me faltaba Bruno en una de sus sesiones de Spoken Word poniéndole voz a esos trazos.
Si desea leer más textos del libro pinche aquí
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