Cuando escuché esta pieza, en Sevilla, gracias al gusto musical exquisito de Nicolás, un historiador andaluz, quedé clavado en el suelo. Ni la de The Doors (original), ni la de José Feliciano (que casi la hace bolero o rockason al estilo Habana Abierta), me ha estremecido tanto como ésta.
Patricia la hace cool, muy cool, muy Miles Davis, una canción donde el grito estaba a flor de piel, ella lo contiene en la medida de su atractiva forma dándole un protagonismo esencial al bajo, pone la voz al servicio de éste y de la percusión leve de unos bongóes, todos aliados por una trompeta sonido Miles.
Desde el principio, su voz envuelve todo el producto de su creatividad (los arreglos) y nos nubla en su nube atmosférica que sí recuerda la psicodelia morrisoniana, la guitarra, que se hace elegante y casi culta, andando por toda la canción como si cruzara el Pont des Arts que describe Cortázar en Rayuela, y que a algunos nos gusta pisar en cada vuelta a París como si no lo hubiésemos visto y andado, tantas veces, eso es una obra de arte de madera sobre el Sena.
Patricia nació en Chicago y hasta hace poco era una artista de culto del jazz, los melómanos la seguimos hace un tiempo, pero estos datos son fáciles de leer en muchas páginas, a ella hay que escucharla mucho, sobre todo ahora que llega el otoño, o estamos en sus preliminares.
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