Vivía en la Habana Vieja cuando este barrio se armó de valor espontáneamente el 5 de agosto de 1994. Las autoridades no podían creer que casi tres mil personas en las cercanías de la Avenida del Puerto en La Habana Vieja gritaran sin pudor y sin miedo ¡Abajo la dictadura!¡Abajo Fidel!, después de que el gobierno cerrara los accesos a las lanchas de Regla. La gente estaba acampada allí desde el 4 de agosto, ese día se habían intentado llevar una de estas lanchas hasta aguas internacionales donde las autoridades norteamericanas los trasladarían a Estados Unidos.
Confieso que no estuve desde el principio, estaba en casa y por el balcón de Villegas N 7, escuché a unos adolescentes relatando a gritos lo que en la Avenida del Puerto sucedía. Nosotros cogimos las bicicletas, Fidel Moreno, Yara Duverger y yo y salimos disparados para allá, ocupando una porción de historia de la ciudad que no pensé vivir.
Esta rebelión se fue extendiendo de La Habana Vieja a Centro Habana, pero allí el asalto a los comercios y la destrucción de parte del mobiliario urbano sirvió para que partidarios del régimen pudiesen calificarla por la tele como vandálica y no política, aunque parte de ese mobiliario era utilizado (sobre todo los latones de basura de metal) para enfrentarse a los militares, a la policía y a otros grupos civiles de represión autorizados por el gobierno.
La falta de apoyo de gente de otros barrios, y por supuesto de los jóvenes universitarios, junto con la precariedad del transporte en Cuba que rompe la espontaneidad de traslado inmediato, y sin duda alguna, la eficacia del ejército y la policía que aislaron Centro Habana y La Habana Vieja con tanques; hicieron fracasar este proceso.
Al final, muchos de los mismos manifestantes, cuando apareció Fidel Castro por el final del Paseo del Prado con sus militares, pasaron de gritar ¡Abajo Fidel! a gritar, ¡Viva Fidel!, un acto del que fui testigo y aún hoy no entiendo cómo el miedo puede ser más dulce que la sangre. Esa sangre de muchos cubanos que es realmente "Azúcar Amarga" que entiendo, pero no comparto.
Hoy sabemos que los sucesos del 1994 en La Habana fracasaron porque los habaneros no salieron de sus casas, reprodujeron islas dentro de la Isla, isla-casa, isla-barrio, isla-pueblo, esperando la "información" oficial, dejando aislados a los que nos decidimos a salir. Yo lo hice, no porque fuera valiente si no porque coincidió que tenía en casa un amigo andaluz: Fidel Moreno, que venía de afuera como Hatuey, Máximo Gómez o el Ché Guevara, todos impulsores de revoluciones en la isla en diferentes etapas. Moreno me impulsó a salir a la calle, con miedo pero en la calle.
La rebelión habanera no triunfó, y los rebeldes se fueron (nos fuimos casi todos), dejando al dictador en el poder.
No decidí irme en ese instante, sabía desde los 15 años que no soportaba los discursos en la Plaza de la Revolución del hombre verde, pero ese día advertí que aquella isla no tenía remedio, que todos seguirían criticando el sistema pero pocos serían capaces del enfrentarlo. Ojalá me equivoque y esta nueva generación de opositores del siglo XXI haga crecer aquella semilla de hace veinte años.
Desarraigos provocados. Las mías que las hizo Fidel Moreno las colgaré en otro momento.
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