Quizás entré al Mediterráneo por última vez este año. Claro, escoltado por mi hija a la altura de Sant Pol de Mar, en el Maresme barcelonés.
Con la llegada del otoño en Europa estás obligado a vestir diferente. Confieso que me gusta. Sí, me gustan las capas, me gusta mirarme en el espejo y tener la ilusión de que soy un disfraz de mí mismo.
De pequeño -cuenta mi madre- que cuando me preguntaban que quería ser, siempre decía que quería tener frío.
Me encantaban las pelis donde la gente llevaba cuello alto y bufandas, mi ideal era el francés Alain Delon, nadie como él llevaba el invierno.
Las bufandas, mis amigos los saben, es un pasión real y desmedida que descubrí cuando llegué a París a fines del siglo pasado, - ¡joder es la primera vez que lo escribo así, y así fue, pero que lejos suena!- He mantenido luego esta pasión viviendo en Barcelona.
Con el tiempo vas refinando los colores y los colores alegres para el verano, y te centras, sobre un negro gris, en invierno.
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