El último día de las fiestas de Gràcia descubro esta imagen en la calle Mozart donde el caudillo es escenografía de la venta de mojitos. La puesta en escena no admite muchas interpretaciones, es un altar alcohólico con su imagen tipo religiosa velando por la buena conducta tras ingerir el cóctel. Es la desacralización de un mito que me impusieron en la infancia como el camino a seguir y ahora su eco es una extraña sombra de lo que representó para la izquierda en un momento.
Pensé que lo había visto todo hasta que en la frontera con Francia, La Jonquera, ví, en un estanco de tabaco, su imagen en una cachimba árabe (narguile o shisha) de cristal usada para inhalar esas hojas de tabaco muy lavadas con agua y untadas de miel... Poner la imagen del Ché ahí, es llevarlo a una tradición hindú que tiene 500 años de antigüedad, adquiere la connotación del Santo del vicio, más allá de lo que él fue. De lo que sí estoy seguro es que la transcendencia de su mito deja de ser occidental y sigue pasando fronteras, da igual la historia que lleve detrás.
Pensé que lo había visto todo hasta que en la frontera con Francia, La Jonquera, ví, en un estanco de tabaco, su imagen en una cachimba árabe (narguile o shisha) de cristal usada para inhalar esas hojas de tabaco muy lavadas con agua y untadas de miel... Poner la imagen del Ché ahí, es llevarlo a una tradición hindú que tiene 500 años de antigüedad, adquiere la connotación del Santo del vicio, más allá de lo que él fue. De lo que sí estoy seguro es que la transcendencia de su mito deja de ser occidental y sigue pasando fronteras, da igual la historia que lleve detrás.
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