Después de visitar media Europa y dormir en medio centenar de ciudades y pueblos en los últimos catorce años, reconozco que tengo una debilidad esencial en mi ocio con los parques y plazas. Son de las cosas más apetecibles que degusto con una disciplina que se confunde con el vicio; todavía más, desde que tengo una hija, que me obliga a encontrar parques, plazas y toboganes, en lugares que había visitado y no se me había ocurrido buscar ocio a su medida. Todavía recuerdo pasar el puente principal de Praga lleno de santos y estarle haciendo una foto, y ella ver de modo casual un tobogán al final del mismo e ir disparados hacia ese objetivo, hecho que sirvió de descanso para ambos. Ella jugó hablándole en castellano y catalán a niños que le respondían en checo, y fue feliz y corrió de un lado a otro como si estuviese en su natal Barcelona.
No obstante, el parque del barrio de toda la vida es siempre el más visto. Muy cerca de donde vivo está El Parque de las Aguas, que entra, como muchos en Barcelona, en el programa de Música en los Parques de Ayuntamiento.
Hoy domingo hay un grupo R&B, que canta desde The Supremes, Ray Charles, J Joplin hasta clásicos del bues anónimos. Claro, todos los niños del tobogán van a bailar a su ritmo ante las bocinas. Bailan libremente canciones de los años setenta y ochenta que donde nací, no me las dejaban escuchar, era el sonido del imperialismo... Pero esto último es otra historia.
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