La nostalgia no desplaza a la materia, solo traslada energía e información al Síndrome de Ulises, al Síndrome de retorno.
No sólo al lugar donde naciste sino a los lugares donde has amado o has dormido con otra piel y has tenido un hijo o escrito un libro o simplemente has pasado otoño e invierno..
La nostalgia parece moverse arrastrando agua hacia la costa de la memoria si has nacido en una isla o tu ciudad de origen tuvo un río: Matanzas, París, Burdeos o Sevilla.
En esta confesión de otoño observó que dentro de la nostalgia nada avanza, los sucesos son un puto y terrible vaivén que marea y desorienta. Dentro de esta confesión soy Ulises, cuando estoy con mi hija, sin ella soy Nadie, como Ulises antes Polifemo, o sea, este exilio.
Las partículas de aquellos sucesos del pasado describen movimientos hermosos y danzantes a través de un punto: casa natal, familia, amigos y novias de una libreta de teléfono de mi adolescencia.
Sin olvidar los mangos y mamoncillos robados en Santa Isabel de las Lajas, el pueblo de mi abuela.
Cuando la altura del agua en el Mediterráneo es inferior al círculo de la nostalgia por las aguas del Caribe, el movimiento circular se rompe y la nostalgia sube.
Por eso la tristeza vuelve en la playa. La sensación de ver que la nostalgia se marcha proviene de un error del cerebro que interpreta que la cresta de la ola/nostalgia es un objeto formado siempre por las mismas partículas.
Siempre podremos reconstruir algo que ocurrió...incluso aquello que precedió a una tragedia.
No estoy negativo, asumo la tristeza que es otoño.
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