Con un email en recibidos o un mensaje por Facebook o Twitter, te quedas en una pieza al recuperar un rostro perdido tras el exilio, incluso desde antes, desde la adolescencia. Hay una extraña alegría en el archivo de los recuerdos y todo tu cuerpo vuelve a las historias que creías pasadas y olvidadas.
No es la misma carne, pero sus recuerdos asociados a esa figura te iluminan por dentro y ves que el tiempo pasa en dos direcciones. No la invitaste a volver. La red te trajo las fotos de su familia y las suyas, el entorno de su vida que no has conocido.
La palabra familia no existía cuando bailabas con ella en una fiesta o conversaban a la salida de la escuela con la ingenuidad propia de que ese cuerpo no te pertenece.
Descubres, ahora, que también la hubieses besado aunque fuera la mejor amiga de tu ex. Hoy te confiesa que ella hubiese sido la novia, tu novia y que fue la sombra velada de una fascinación muda.
Vuelves a quedar en una pieza. Es una información que no te interesa, tú solo querías recordar lo maravilloso que el pasado se conserva intacto, lo inútil que resulta tratar de modificarlo desde los emperadores chinos a los césares.
No entiendes por qué algunos se aferran en extender la adolescencia desde su realidad actual, mientras uno intenta modificar lo cuesta arriba que se hace ser Ulises...
‹‹Los recuerdos son engramas. ¿Y eso qué es?
Son como cicatrices en la cabeza. Y entonces vio
una fila de personas con escoplo de carpintero haciendo
cicatrices en la cabeza››.
Manuel Rivas
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