Sarah consigue llegar hasta los miembros de las brigadas de Alaqsa, en el campo de refugiados de Nablus. Con su cámara digital recorre durante quince noches las callejuelas junto a estos guardianes (el brazo armado del partido político de Arafat) que intentan detener o alejar las incursiones semi-clandestinas del ejército israelí.
Una de esas noches se esconden en un piso para huir de un comando judío y Sarah ve que en las paredes solo tienen dos posters: uno de Bob Marley y otro del Che Guevara.
Los miembros de Alaqsa, a pesar de dejar que ella hiciera su foto reportaje no estaban muy convencidos de su presencia. En cambio, todo fue diferente cuando ellos quisieron conocer a fondo quién era el Che.
Ya a Sarah, la precariedad del campo de refugiados y la arrogancia del ejército israelí, le había recordado La Habana. A través del argentino volvió a evocar los recuerdos de cuando estuvo en casa de Korda, autor de la foto del Ché.
Cuando veo las fotos y el video, advierto que el líder de esta pequeña célula de guerrilla urbana lleva una chaqueta de cuero similar al icono revolucionario que a él inspira deseos de lucha, además de tomar té con la misma pasión cultural con que el argentino lo hacía con el mate.
La globalización de los estándares e iconos occidentales ha sido capaz de suplantar iconos locales como Yasser Arafat por el Ché Guevara. ¿Realmente tienen esa foto por el halo revolucionario que desprende la imagen o porque saben que esa imagen funciona en Occidente?
Hace unos años fue un gran revuelo en varios países latinoamericanos que Superman se conociera más que Simón Bolívar.
foto superior: Sarah, y portadilla de su libro.
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