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lunes, 25 de octubre de 2010

La soga y la horca

Semana Santa en Sevila. Arkolano
No llevaba un año fuera de su país cuando le enviaron por correo un dibujo anónimo: El lazo de una horca. El afectado que comenzaba a sublimar los fantasmas de una dictadura se vio nuevamente con el terror de la novela 1984, de Orwell, dentro.
Teniendo en cuenta que el creador del envío era dibujante, no es de extrañar que el trazo negro sobre el folio blanco fuese perfecto, como el miedo.
Me consta, que el autor del envío y el destinatario, no sabían que en el film La Soga, de Hitchcock, apareció un cuadro del pintor cubano Fidelio Ponce de León, que tenía un trazo similar al suceso que ambos protagonizan aquí.
El creador del envío murió de un infarto sin cumplir 60 años, pero antes liberó por teléfono al destinatario de su amenaza, a la que disfrazó como un chiste de mal gusto en una época de bajón y frustraciones personales.
Donde otros ponen una raya de coca o farlopa para salir del bache, él hizo un trazo de una horca y se lo envió a un exiliado como él, pero creyó con más suerte.
Con el tiempo el trazo se convirtió en una anécdota, en un chiste colgado en la pared como huella de un suceso. Con este hecho, el destinatario perdió árboles por dentro como el desierto de Monegros, en Huesca. Ganó vacíos como la escultura de Kiki de Montparnasse de Pablo Gargallo… ¿a quién no le pasa fuera del país de origen?
Cambiar de ciudad en la vida es reencontrar fantasmas. La ingenuidad nos hace creer que ya hemos saltado después de salir del vientre y conocemos el riesgo de la caída: falso.
Cuando no se tiene vagina dónde, el problema no está en la caída, sino en el aterrizaje, en contentar la insatisfacción creando espectros.