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miércoles, 25 de marzo de 2020

Despedirse de un coche tras 11 años de viajes y vida con mi hija en él, cuesta.




Un día como hoy,  una grúa  ha recogido mi coche para el desguace.  Un acto simple:  una grúa y un trozo de hierro. Es final del otoño y llueve. Es una despedida a un trozo de hierro en Barcelona.
Es mi 4to coche. El primero en propiedad. El primero fue un Opel Capitan de mi padre por el que  supe que era el viento en la cara por todo el malecón habanero. Mis primeros paseos por ese litoral sin duda fueron el ADN del libro que terminé escribiendo de mayor, Historia del Malecón Habanero, ed Muntaner 2019. 

El 2do, Fiat Polski, que nos dejó el abuelo de mi hija, y dejé en La Habana vendido en otras manos. El tercero, también de mi suegro lo usé en Sevilla como propio,  y Ford Fiesta con el que recorrí casi todo Andalucía y sobre todo vi La Alhambra con él y Sierra Nevada, además de Càdiz.

Pero, en este trozo de metal que se lleva la grúa, llevé a mi niña acabada de nacer del hospital a casa: repito  "acabada de nacer." En ese trozo le enseñé a cantar en castellano y ella a mi en catalán, bailamos samba y bossa nova y aprendió a identificar el jazz. Con el crucé a Francia con mi madre y fuimos a termas Romanas del lado francés para felicidad de todos.

Hemos sido felices yendo de Barcelona a Sevilla y de Barcelona a París. Pero llevarla al cole cada día, y tras separarme, los lunes y los jueves, era la mejor inyección de vida para luego seguir hacia mi monotonía laboral.
Los coches son trozos de hierros que guardan historias, más anchas y largas cuando tienes hijos en ellos y lo conviertes en la estrategia creativa de tu corazón. Ahí en el asiento trasero mi hija hizo seguramente sus mejores dibujos que guardo en una libreta tamaño folio. Conducir mirándola sonreír y cantar no tenía precio. Al igual que verla dormida tras retornar de la Costa Brava, el Maresme o la Barceloneta. 
No fue amor a primera vista, pero el tiempo y mi vida dentro de este modelo italiano hizo que lo quisiera.
Como las casas son placas de hormigón y cemento que contienen el rato de vida que pasas en ella. 
No sé si es el coche, u otra navidad sin ver a mi familia pero un trozo de hierro con todos los olores que has acumulado en él que sabes que no volverás a ver duele.
Antes de que naciera mi hija, antes de viajar a París o Sevilla con mi madre y recorrer toda la península.  Sin olvidar, Valencia ni Benidorm, Madrid o Alcalá de Henares donde es lo más cerca que he estado de Cervantes... Hice mi primer gran viaje en él, a San Sebastián, donde aprendí que también se llama Donosti, y fue desde Barcelona hasta allí solo para ver a Érika Badú en el Kursaal. Uno de los teatros más alucinantes  de Europa pegado al mar.
Me he despedido de muchas cosas en mi vida, incluso de un país al que no he vuelto. Donde a pesar de haber fabricado recuerdos por más de 30 años,  en ese trozo de hierro, de sus once años en miñí, nueve los he pasado dentro con mi hija. Verla en señal de Buda en el templo Budista del Garraf es otro gran recuerdo de aventuras. Ella no olvida ese paseo a casa de los budas.

Espero que el Mini Cooper no tarde en llegar, pero este no se olvida, yo no lo olvido. Me siento casi un asesino por enviarlo al "desguase" sin estar siniestro....



Nota.

Post In progress... comencé a escribirlo viendo los sushis creativos de una amiga colombiana. Ahora solo me detengo. Seria miserable resumir 11 años en un post