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martes, 14 de diciembre de 2010

La Holanda del Caribe: las bicicletas no son para el verano

Obra de Marcel Duchamp
Hay una chica que trabaja conmigo, que el lunes le robaron la bicicleta en la estación de trenes del Prat de Llobregat. Hace alusión a este tema en la mesa donde comemos con otras personas y me pregunta si en La Habana yo montaba mucha bici. Le digo que hubo una época, hace más de diecisiete años, que la crisis puso a todos en dos ruedas, y precisamente al comediante en jefe, creativo en metáforas le gustaba mucho decir: que éramos La Holanda del Caribe; con el matiz de las bicis que dio el gobierno para los trabajadores eran chinas, marca Forever, hechas de acero muy pesado y carentes de sistema de cambios. Mejor lo tuvieron algunos universitarios que  alcanzaron un modelo ruso plegable.
En cambio, no le dije, que con la brutal diferencia de que la crisis de la que hablo,  (Caída en cascada del sistema socialista Universal tras el muro de Berlín en 1989) también abarcaba los alimentos, y montar bici el año entero con una baja alimentación y 27 grados de media anual, te deshidratabas y desnutrías. Esto generó grandes brotes de enfermedades y un adelgazamiento general de la población en grandes proporciones, y no estudiadas  con la transparencia pública necesaria. La bici no era una actitud económica y ecológica como suele usarse aquí, como alternativa al metro, bus, coche particular o moto, allí la bici era un medio de trasporte casi único, si no te movías en  dos ruedas no comías, no trabajabas, no existías.
Yo tuve la suerte de que mi padre marino mercante, me regalara una traída de Japón, de segunda mano, cuyo sistema de cambios de velocidades Shimano sigue siendo uno de los mejores del mundo. Cuando no había luz en toda la Habana Vieja e íbamos a casa de una amiga (para felicidad nuestra hoy embarazada de su segundo hijo) yo no cambiaba las velocidades para no llamar la atención sobre mi bici japonesa, corría el riesgo de ser agredido seriamente para despojarme de semejante “lujo”.
Hubo cuentos muy terribles sobre grupos organizados de ladrones que ponían un cable de acera a acera para quien pasara pedaleando cayera del fuerte impacto, y aprovechar -como en un chiste de Chaplin-, cuando la bici siguiera sola, montarse, e irse.