Hoy a las 6 y 48 de la mañana bajé con un cubo de diez litros de agua a la esquina de Pi i Maragall, en el Barrio de Gràcia a coger agua, motivado por la rotura de la entrada de agua a nuestro efidicio.
Hace doce años que llegué a Europa, de La Habana Vieja, desde entonces no caminaba más de un metro por la calle con un cubo con agua. Me sentí extraño, pero debo confesar que no ajeno, fui espectador del asombro de otros vecinos de mi inmueble, que no sabían cómo manejar este problema, me saludaban tapándose la boca con vergüenza por no haber podido lavarse los dientes, y se quedaron extrañados al verme con un cubo tan práctico e ideal para semejante situación. Ellos portaban pequeños botes de plástico de 1,5 y de 5 litros.
No eran los primeros en asombrarse, nuestras amiga Beate, de Alemania; Kiini de New York, Sarah de Burdeos y Maneni de Sevilla, también se quedaron en una pieza cuando durmieron en nuestra casa en La Habana y le tuvimos que explicar como había que cubearse (ducharse con solo un cubo de agua de doce litros de agua) todo el cuerpo. Sobre todo el uso de una vasija adicional no más grande que una taza de té que sirve de conexión entre tu cuerpo y el agua.
La precariedad no se olvida. Mi suegra que lleva 19 años fuera de Cuba en la primera potencia