Para los que nacimos en Cuba y vivimos treinticinco años de nuestra vida en La Habana, con revolución cubana y crisis en toda su extensión de los noventa, llegar a París en diciembre del 1999, ver las luces de una inmensa noria girando en la Plaza de la Concorde, desde donde se puede ver toda la ciudad, es muy fuerte.
Me recordó La Habana llena de luces lumínicas que contaba mi madre y La Habana de mucho lumbre de los cincuenta que me descubrió Guillermo Cabrera Infante en sus "Tres Tristes Tigres." Pero mi salida y encuentro con el capitalismo y la luz no comenzó en Francia, sino en Nassau, Bahamas para mi desconcierto.
A la hora de estar volando, de pronto, aterrizamos por provisiones –supongo- en Nassau, (Aeropuerto Internacional Lynden Pindling) las Bahamas. Verme con más de 200 franceses y alemanes, fue un impacto en la primera salida del país.
El miedo me levantaba en peso. Lo primero fue creer que en algún momento me iban a dar un brebaje e iba a terminar esta estancia con un órgano de menos. Parece incierto pero uno se dice que la propaganda socialista es una tontería, pero yo no me atreví ni a tomar un refresco, y le recuerdo al lector, que entre objetos personales y familiares había amasado una fortuna de "¡600 dólares!" en mi bolsillo, cifra que nunca antes tuve. Dinero que iba escondido en pequeñas cantidades por todas las partes del cuerpo, en las medias – calcetines -, bolsillo interior del calzoncillo que me había guardado antes de salir, y en la cartera donde sólo tenía dólares sueltos que no llegaban a veinte. Era el cuerpo dólar, el hombre forrado de dólares en una misión imposible.
No había salido nunca de Cuba como la mayoría de mi generación, y venía con los miedos y los terrores que me implantaron desde pequeño los discursos, los anuncios y los juramentos como SEREMOS COMO EL CHE. Y el Che sabía porque venía del capitalismo y se hizo cubano.
En cambio a pesar de lo alertado que venía sobre lo terrible que me iba a ocurrir por el color y la diferencia, a los 45 minutos de estar allí y ver que nadie me miraba siquiera, decidí ir a la tienda a comprar un souvenir para mi esposa (hoy ex) que me esperaría en París.
Comprar el regalo fue de las más grandes odiseas, pues pueden imaginar que no quería que nadie me viera la “cantidad de dólares” - veinte dólares aún hoy en Cuba son una fortuna, y han pasado dos años- que sacaría para comprar una jarrita pequeña con negritos bailando alrededor de una fogata y con el nombre de las Bahamas encima. Después de un rato tratando de sacar a tacto los dólares de la cartera sin sacarla del bolsillo, la mujer debió pensar que me estaba masturbando delante de la caja antes de pagar por el tiempo que me demoraba, salí casi huyendo cuando al no poder hacerlo a tacto saqué la cartera y pagué con cinco, eran solo dos, y dejé el vuelto, porque dos alemanes estaban detrás de mi y habían visto mis dólares.
Bueno, sé que soy un imbécil, pero siempre veía en las películas que la gente daba propinas, unos decían que en el capitalismo, del 5% al 15% era obligatorio, como soy fatal a las matemáticas, dejé tres dólares y me fui para el asombro de la cajera y el custodio.
Me puse lo más cerca posible de la salida para ascender al avión nuevamente. Este lugar favorecía mi ángulo de visión con tres o cuatro máquinas automáticas de refrescos, agua mineral y chucherías. Pensé, esta es la mía, aquí es imposible que hagan algo pues la elección del comestible o del líquido es voluntaria. Ahora, ¿por dónde echar las monedas? Yo no tenías monedas, Claro, podría cambiar, pero serían más gentes que tendrían conocimiento de mis dólares, con los dos alemanes rapados que había visto me bastaban, aclaro, no les perdí de vista en todo el vuelo, ellos me ignoraban, aun así yo vigilante. En ese debate estaba cuando llamaron para abordar, fui directamente a mi asiento sin advertir que habían periódicos gratis en la entrada del avión que no tomé, con tanto que me gustaba el periódico El País desde mi isla, pero pensé tendría que pagar, y eso ya sabemos, enseñar los verdes, imposible.
Al arrancar el avión y sobrevolar Nassau, vi un ferry de turismo , que tenía toda la luz de la Habana de la proa a la popa. Comprobé que el aislamiento a que estamos sometidos en la isla nos convierte en niños.
Me recordó La Habana llena de luces lumínicas que contaba mi madre y La Habana de mucho lumbre de los cincuenta que me descubrió Guillermo Cabrera Infante en sus "Tres Tristes Tigres." Pero mi salida y encuentro con el capitalismo y la luz no comenzó en Francia, sino en Nassau, Bahamas para mi desconcierto.
A la hora de estar volando, de pronto, aterrizamos por provisiones –supongo- en Nassau, (Aeropuerto Internacional Lynden Pindling) las Bahamas. Verme con más de 200 franceses y alemanes, fue un impacto en la primera salida del país.
El miedo me levantaba en peso. Lo primero fue creer que en algún momento me iban a dar un brebaje e iba a terminar esta estancia con un órgano de menos. Parece incierto pero uno se dice que la propaganda socialista es una tontería, pero yo no me atreví ni a tomar un refresco, y le recuerdo al lector, que entre objetos personales y familiares había amasado una fortuna de "¡600 dólares!" en mi bolsillo, cifra que nunca antes tuve. Dinero que iba escondido en pequeñas cantidades por todas las partes del cuerpo, en las medias – calcetines -, bolsillo interior del calzoncillo que me había guardado antes de salir, y en la cartera donde sólo tenía dólares sueltos que no llegaban a veinte. Era el cuerpo dólar, el hombre forrado de dólares en una misión imposible.
No había salido nunca de Cuba como la mayoría de mi generación, y venía con los miedos y los terrores que me implantaron desde pequeño los discursos, los anuncios y los juramentos como SEREMOS COMO EL CHE. Y el Che sabía porque venía del capitalismo y se hizo cubano.
En cambio a pesar de lo alertado que venía sobre lo terrible que me iba a ocurrir por el color y la diferencia, a los 45 minutos de estar allí y ver que nadie me miraba siquiera, decidí ir a la tienda a comprar un souvenir para mi esposa (hoy ex) que me esperaría en París.
Comprar el regalo fue de las más grandes odiseas, pues pueden imaginar que no quería que nadie me viera la “cantidad de dólares” - veinte dólares aún hoy en Cuba son una fortuna, y han pasado dos años- que sacaría para comprar una jarrita pequeña con negritos bailando alrededor de una fogata y con el nombre de las Bahamas encima. Después de un rato tratando de sacar a tacto los dólares de la cartera sin sacarla del bolsillo, la mujer debió pensar que me estaba masturbando delante de la caja antes de pagar por el tiempo que me demoraba, salí casi huyendo cuando al no poder hacerlo a tacto saqué la cartera y pagué con cinco, eran solo dos, y dejé el vuelto, porque dos alemanes estaban detrás de mi y habían visto mis dólares.
Bueno, sé que soy un imbécil, pero siempre veía en las películas que la gente daba propinas, unos decían que en el capitalismo, del 5% al 15% era obligatorio, como soy fatal a las matemáticas, dejé tres dólares y me fui para el asombro de la cajera y el custodio.
Me puse lo más cerca posible de la salida para ascender al avión nuevamente. Este lugar favorecía mi ángulo de visión con tres o cuatro máquinas automáticas de refrescos, agua mineral y chucherías. Pensé, esta es la mía, aquí es imposible que hagan algo pues la elección del comestible o del líquido es voluntaria. Ahora, ¿por dónde echar las monedas? Yo no tenías monedas, Claro, podría cambiar, pero serían más gentes que tendrían conocimiento de mis dólares, con los dos alemanes rapados que había visto me bastaban, aclaro, no les perdí de vista en todo el vuelo, ellos me ignoraban, aun así yo vigilante. En ese debate estaba cuando llamaron para abordar, fui directamente a mi asiento sin advertir que habían periódicos gratis en la entrada del avión que no tomé, con tanto que me gustaba el periódico El País desde mi isla, pero pensé tendría que pagar, y eso ya sabemos, enseñar los verdes, imposible.
Al arrancar el avión y sobrevolar Nassau, vi un ferry de turismo , que tenía toda la luz de la Habana de la proa a la popa. Comprobé que el aislamiento a que estamos sometidos en la isla nos convierte en niños.
Sala de espera del aeropuerto de Nassau. Bahamas.
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