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domingo, 22 de marzo de 2020

Miles Davis y Juliette Grecó, París 1949.




En 1949 Davis lideraría una nueva formación con el pianista Tadd Dameron. En mayo de ese año se acercarían a París para participar en el Festival international de Jazz. Nunca había salido de su país natal, jamás habia pisado Europa. Yo no soy Miles Davis, pero 50 años más tarde 1999 aterricé en París desde Cuba, y jamás había salido de mi país, en ese punto puedo saber exactamente que sintió Miles como negro y creativo al pisar el Sena por vez primera. Siempre he pensado cuando esucho a Miles que París es muy responsable de su forma de tocar. El sonido de su trompeta era absolutamente único,  el uso de la sordinade acero Harmon, que le proporcionaba un toque más personal e íntimo y un sonido suave y metálico a base de notas cortas. Y sobre todo la atmósfera de París para mi encierra ese sonido...Y el New York de los años sesenta cuando se liberó en algo del racismo de la segregación racial.


Allí, Miles además de triunfar, conoció a una diosa viviente, Juliette Grecó. 
En un documental Miles confiesa que hasta ese instante toda su vida había sido música, y Grecó fue quien le abrió al amor por primera vez, para él caminar con ella por el Sena sin los asquerosos prejuicios raciales de New York y otras ciudades de Estados Unidos, le brindó la posibilidad de saber que existían unos blancos bien diferentes. O sea, que no todos los blancos eran los blancos racistas que había conocido desde pequeño en EE.UU.
Creo que a cualquiera que le escuchase cantar en esa época sobre el cielo de París caería muerto.

Él, Miles, para mi redefinió París con los existencialistas al mando cuando  improvisó más tarde para Louis Malle y le potenció el suspenso al thriller Ascensor para el cadalso, esa peli que le he dedicado más de un post y cambió la forma de hacer las bandas sonaras...










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