Cuando escuchas el rumor de una línea al entrar en la estación, te impulsas y arriesgas más... Corres detrás del sonido aunque puedas caerte. Te lanzas con peligro sin saber si encontrarás tu línea o su eco. Si no la alcanzas... eres la persona más sola en ese minuto en el mundo.
No en todos los vagones del metro las puertas se abren solas. Las hay con una breve palanca que se acciona y se abre un destino, por donde a veces se nos va parte de la vida.
Entré en mi primer metro en París, dirección Plaza de la Concorde, año 1999. Era invierno, había 4 grados. Fue una experiencia excitante, bajaba por un túnel como la trayectoria que hacía al calabozo cuando me cogían fugado en el ejército, salvo que en esta ocasión, mi acompañante me llevaba del brazo cariñosamente, hablaba francés y castellano, la conocía desde 1989, y no llevaba armas, sí botas y una chaqueta larga verde olivo.
Entendí de un tirón un símil de Julio Cortázar: París es como un queso.
foto arkolano. Escalera interior.
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