Los hijos nos obligan a revisar toda la cultura infantil por la que ellos transitan. Mi hija con más de tres años me condiciona el tiempo libre viendo hasta el cansancio las versiones de las princesas de Disney. Creía que de todas las conocidas: Blancanieves, La Bella Durmiente, Cenicienta, Tiana, sería, con esta última, con la que más me identificaría, por la negritud de New Orleans, el jazz y la mulatez-negritud familiar pero descubrí que Ariel, La Sirenita, tenía ADN cubano.
Ariel tenía casi todo en su reino, el mar. No obstante, su sueño era irse, dejarlo todo... por un par de piernas para andar libremente detrás de un príncipe. Andar y correr con sus propias piernas pues su cola la ataba al mar, a su padre Tritón, quien no quería saber nada del exterior, donde los humanos eran lo peor, y no le daba el permiso de salida a la tierra donde se respira libertad. Me recordó primeramente el libro Alina, memorias de la hija rebelde de Fidel Castro, a quien le
ocurrió lo mismo y, después, me di cuenta de que nos ocurrió a toda una generación. El padre de Alina, se autoproclamó padre de la patria y concede los permisos de entrada y salida cuando quiere...
ocurrió lo mismo y, después, me di cuenta de que nos ocurrió a toda una generación. El padre de Alina, se autoproclamó padre de la patria y concede los permisos de entrada y salida cuando quiere...
Al afán de buscar libertad no le valen los muros ni los discursos ni todo el agua del mar posible lo detienen; se comenzó a filtrar por cartas, postales y por amigos que elegían el infierno del exterior y que contaban sus "verdades", que existía otra opción que compensaba muchos otros fantasmas; como la Sirenita, nos lanzamos a usar las piernas y los pies, aunque dolieran; la libertad nos subió de los pies a la cabeza y ya casi ni nos acordamos del Tritón verde que agoniza construyendo eslabones para las Sirenas que le quedan.
foto arkolano: Maya y Bella en Disney World, Orlando, Florida, noviembre 2011.
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