Sosa debería ser el ejemplo de exiliado más destacable, pues sabe integrar su obra según el contexto donde vive. Así cuando se marchó de Cuba, en 1995 donde comenzó su carrera como solista en California integró y creó diferentes formatos de varios estilos que tocaban el latín jazz, pero que también rozaban el funky, el soul y sobre todo el rap, todos con gran referencia en el jazz.
A partir de 1999 que se traslada a Barcelona, su obra da un giro y aparecen discos en solitario y con artistas de las más variadas tendencias.
En el 44 festival de jazz de Barcelona donde tuve la suerte de verlo hace un año o más por última vez, se presentó con un trompetista italiano Paolo Fresno, y una gaitera de Ourense, Cristina Pato. Con los tres, sobre todo en la segunda parte del concierto de dio otra vuelta de tuerca a su extensa trayectoria musical.
Fue la última vez que salí a un concierto con Yara, con quien viví 19 años y tuve un "tresor Maya, mi hija." Hoy evoco esto con la responsabilidad de una pérdida, toda separación, es pérdida, aunque sirva de renovación en ambos, es pérdida.
Fue una gran despedida como pareja con un gran músico y amigo. Hay que ser responsables con la memoria afectiva. Avanzar en otra dirección no es olvidar el recorrido anterior.
Omar Sosa es una metáfora de renovación continúa. Para él el jazz es otro camino de fe en la vida donde es imposible estar en un mismo lugar para avanzar. Es una suerte de icono cultural en sí mismo para muchos latinoamericanos en esta ciudad.
Omar Sosa es una metáfora de renovación continúa. Para él el jazz es otro camino de fe en la vida donde es imposible estar en un mismo lugar para avanzar. Es una suerte de icono cultural en sí mismo para muchos latinoamericanos en esta ciudad.
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