Sin dudas, una de las anécdotas más bonitas que me ha ocurrido en Europa, fue cuando entré a la tienda de chocolates P. Marcolini, con más de cuatro plantas dedicadas a delicatessen de chocolates de todo tipo. Dentro había una cubana que me reconoció por el acento y me preguntó ¿si era cubano? cuando le dije que sí, comenzó a llorar.
Hacía meses no hablaba con un cubano y llevaba dos años viviendo allí. No se adaptaba al frío y estar vendiendo chocolate por muy bueno que pareciera, ella prefería tocar piano. Eso sí, no iba a volver a Cuba ni muerta.
Cuando en mi trabajo mi amigo dominicano me dijo que los yihadistas islámicos asesinos habían atentado en Bruselas, lo primero que me vino a la mente fue su rostro. No sé nada de ella. No sé si aun, diez años después sigue allí. Ojalá no le haya pasado nada. Ni a ella ni a sus más cercanos.
Rue des Minimes, 1, Brussel, Bélgica.
Tienda Pierre Marcolini.
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