RESEÑA DE "TODA ESA GENTE SOLITARIA" EN ELPAÍS
Madrid 18 DIC 1997
Hay algún cuento insoportablemente triste, como el de Eduardo Hernández, fundador del taller literario La montaña mágica, fallecido en 1994, que narra sin tapujos la inminente llegada de su muerte. Otros relatos muestran una mezcla muy cubana de choteo y esperanzas (en la curación, la música, el amor ... ). Pero hay además un par de historias de inspiración gay, otras que hablan de sida y droga, algún exabrupto contra la intolerancia, y un cuento, muy especial, que rinde tributo al grupo de rockeros que se inyectaron a sabiendas sangre con VIH para así poder ingresar en el polémico sanatorio de Santiago de las Vegas y solidarizarse con los enfermos. Esa antigua residencia-quinta, situada en la periferia de La Habana y conocida como Villa de los Cocos, fue convertida el 30 de abril de 1986 por el Gobierno cubano en sede nacional antisida, con la idea de atajar la epidemia recluyendo forzosamente a todos los seropositivos de la isla.Los 18 relatos que forman el volumen Toda esa gente solitaria (Cuentos cubanos sobre el sida) acaban de ser publicados en España por Ediciones La Palma con un prólogo de los especialistas literarios José Ramón Fajardo y Lourdes Zayón Jomolca. Ambos crearon en Los Cocos el taller literario La Montaña Mágica, tratando de que los enfermos, sus amigos y los creadores que querían a La Villa lucharan con la voz y la palabra por la aceptación social del sida.El título del volumen está tomado de un tema de John Lennon y Paul McCartney, Eleanor Rigby. Los autores que participan son todos menores de 40 años. David Díaz tiene sólo 25, y es el único de los 18 que vive en España. Su relato, No le pidas al diablo que llore, narra la amistad entre Daniel, un bisexual, y Román, un homosexual. "El primero vive en Camagüey, y un día se entera de la extraña muerte de su amigo en La Habana. Una carta de despedida de Román revela que se ha suicidado tras mantener relaciones sexuales con un oficial de las Fuerzas Armadas, enfermo de sida, al que ha conocido en una guagua".
Por subversiva que pueda parecer su idea, la inclusión de Díaz en la antología fue azar puro. Presentó el cuento al concurso Versiones, de la Universidad de La Habana (recibió una mención en la edición de 1994), y luego se lo dio a leer a una amiga que resultó ser prima de Lourdes Zayón. Díaz tomó contacto con Lamontaña mágica pero nunca entró en la Villa de los Cocos. Cuando vino a España en 1995 trajo el libro "en un maletín" y contactó con David Cabrera, editor de La Palma.
El volumen fue presentado en Madrid el lunes por la noche y está ya en las librerías al precio de 1.500 pesetas, lo que parece casi una ridiculez comparado con la riqueza de sensaciones que esconde. Para esa gente tan solitaria no es sólo un extraordinario testimonio colectivo sobre las vivencias que produce la enfermedad más temida de nuestra época. Los cuentos mezclan cierta sordidez, crudeza, miedo y sufrimiento con grandes ideas de solidaridad y literatura de primera división, hecha a partir de una gran variedad de estilos e ideas que refleja la diversidad de razas y oficios (hablar de clases sería poco cubano) que habitan el sanatorio habanero: "Furibundos rockeros, serios profesionales, abnegados padres de familia y religiosos de variada denominación junto a prostitutas, militares veteranos de campañas extranjeras, vagos, artistas, miembros del Partido Comunista y homosexuales", enumeran Fajardo y Zayón.
"Control espectacular"
Mientras tanto, el sanatorio habanero sigue funcionando, aunque desde 1992 la polémica ha ido bajando de forma gradual. Para Pilar Estébanez, experta en sida y presidenta española de Médicos del Mundo, "Cuba ha controlado la epidemia de una forma espectacular (aunque no dan cifras oficiales) y Los Cocos tiene muy poco que ver con la cárcel que fue en un principio". Fajardo y Zayón cuentan que el Gobierno empezó permitiendo actividades culturales y artísticas como el taller, siguió dando permisos de fin de semana (el relato Pase de noche, de Liut Hidalgo, cuenta la relación de un paciente con la persona que lo saca a pasear los sábados), y ha terminado liberalizando la institución -"ofrece tratamientos ambulatorios y alienta la reinserción social y laboral de los pacientes"- hasta el punto de que la clínica es uno de los lugares de la isla donde hay más bienestar (y más comida)."Los vigilantes de los derechos humanos fuimos muy críticos con Los Cocos", recuerda Estébanez. "Hoy reconocemos que han sabido ser flexibles y han avanzado mucho en el respeto a los derechos de los enfermos. Y aunque hay que seguir luchando, por ejemplo, contra los controles no confidenciales de los contactos, también hay que ver que el derecho a la salud de la mayoría de los cubanos está muy bien defendido".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 18 de diciembre de 1997
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